Ayer, apoyado en el balcón del mar,
oyéndole golpear contra las rocas,
mi mirada se perdió en la profundidad del azul.

Allí, en el fondo de mi mente,
vi la puerta de la vida,
estaba entreabierta,
parecía indicarme, entre las olas,
la salida del laberinto,
el comienzo del fin de todo,
el principio de la ausencia de tiempo.

Me dejé llevar por el dulce canto de sirenas,
que me arrastraba,
suspendido en el aire.

Recordé, fugazmente,
la luz que otras veces me había cegado,
viendo sin mirar,
sintiéndome parte de la verdad invisible.

Fuera de mi cuerpo,
vulgar vehículo de la falsa realidad,
sentí de pronto mis propias manos,
sujetándome el espíritu,
atando mi Libertad.

Al fin, en el espacio sin medidas,
emergió de nuevo mi cobardía,
la lucha entre la fe de la luz y la tierra bajo mis pies.

Cordura y Materia vinieron en ayuda
de mi soporte corporal,
y me reintegraron al rebaño de las almas comatosas.

De espaldas a mi futuro pasado,
me dirigí al refugio del Minotauro,
a fundirme en el magma de los zombis con carné.

Mañana,
volverá a ser ayer,
y libraré de nuevo la lucha por nacer.


Aguilagris