Regina, la Princesa del Reino Desconocido, estaba sentada en un banco de piedra contemplando a la luna. Todos saben que no hay estrellas cuando brilla la luna, pero a Regina le encantaba enfatizar sobre esos eventos propios de la madre naturaleza y los hablaba en voz alta como si tuviese un interlocutor.
-No hay estrellas - decía.
-Pero… ¿Cómo va a haber estrellas si hay luna llena?
Cuando estaba en ese soliloquio, suaves pisadas sobre el sendero de hojarasca distrajeron sus pensamientos. Era un caballero guarnecido con armadura que, a la luz de la luna, refulgía plata y oro. Sus manos no empuñaban espada, sino que sostenían un libro de cubierta oscura que la noche volvía aún más misterioso. Hincando la rodilla en tierra, ofreció el libro a la Princesa.
-Lady Regina, mi nombre es Carlos y os ruego aceptéis este compendio colmado de ilustraciones que recrearán vuestros ojos y alegrarán vuestro espíritu. Proviene de la biblioteca de mi padre que me encargó entregarlo a una dama que supiera estimar su valor mágico y sorprendente.
Regina, fascinada, abrió el libro y se quedó contemplando los dibujos que contenía. Mirando a Carlos con ojos de agradecimiento, le dijo:
-¡Aprecio tanto tu regalo! Había visto estos dibujos en otros libros, pero nunca está demás volver a recrear el alma. Ah… Me gustaría tanto darte un abrazo de Rosas de Mar.
-¿Cuáles son esas rosas? – Se preguntó ella misma.
Respondiendo a su propia pregunta, añadió:
-¡Ni idea, pero las acabo de crear!
-Gracias Regina- respondió Carlos tímidamente. Recibidas tus “Rosas de Mar”. Un día las veremos de un modo tangible y tú y yo sabremos cómo y cuáles son las Rosas de Mar. Si las pudiste imaginar, ya existen. Todo comienza en la mente.
-¡Pues así será amigo, así será!
Respondió Regina henchida de emoción porque Carlos, su Caballero amigo, la había sabido entender. Mirando a un lugar determinado, como si las rosas ya existiesen, añadió:
-Por lo pronto, creo que tienen algo aterciopelado en sus pétalos. Ah... Acabo de observar que éstos brillan como diamantes. ¿Qué crees tú que sea?
Carlos, un poco ensimismado, murmuró quedamente:
-Pues sabes, al ser pétalos de terciopelo y con brillo de diamante, seguro, son las más finas y especiales rosas que puedan concebirse. No salen a tomar la luz del sol, sino la de la luna, de allí, su brillo de diamante.
-Uhm... ¡Es probable que así sea! ¿Sabías que en mi Reino Desconocido hay duendes que sólo algunos podemos ver? – Preguntó Regina, cada vez más emocionada, pero no esperó ninguna respuesta de Carlos.
Hacía tiempo que Regina no conocía a un Caballero que entendiera su lenguaje que, según su madre, era fantasioso como los cuentos que le contaba su abuelo el rey. Con los ojos más iluminados que nunca, Regina agregó:
-Oye, ¿pero de dónde vienen esas Rosas de Mar? ¿Será que los gnomos, que sólo salen a ciertas horas para que los humanos no los vean, trajeron las semillas y las plantaron? ¿Qué estará aconteciendo? Ah... Lo peor del caso es que quien sabe la respuesta a todas las interrogantes es el Brujo Mayor que se encuentra en el Reino Vecino.
El Caballero Carlos, deseoso de complacer a la Princesa, le dijo:
-No os preocupéis mi querida Lady Regina, cabalgaré la noche entera hasta encontrar al Brujo Mayor.
Diciendo eso, el Caballero Carlos montó su caballo y salió a toda prisa del Reino Desconocido.
Regina, por su parte, siguió sentada sobre el banco de piedra contemplando al cielo. De pronto vio que un polvito ligero de color dorado comenzaba a regarse por todo el lugar y de éste salían figuritas brillantes como los fuegos artificiales, pero Regina sabía que no eran fuegos artificiales.
Una de las figuritas se convirtió en un hermoso gnomo de piel dorada y vestía un atuendo colorido como los que le contaba el abuelito a Regina. El Gnomo subió al banco donde estaba sentada Regina y le susurró al oído:
-Esta noche estamos de fiesta, hemos salido a hacer una hechizante exhibición ya que celebramos el gran día del nacimiento del Gnomo Mayor.
Dicho eso, del polvito que estaba esparcido sobre el suelo comenzaron a salir una gran cantidad de gnomos, hadas y duendes de diferentes tamaños y colores. Reían y danzaban al compás de una música que brotaba de los corazones de esos Seres, pero, cosa rara, la música no era ni celestial, ni barroca, ni minuetos medievales. Era una fiesta de Seres modernos con bongós, zamba, aguardiente de caña y chicas brasileñas traídas directamente del carnaval de Bahía. Además, se oía también el retumbar de cumbias, salsas y merengues. Había, inclusive, unas “gnomitas” que movían las caderas de forma tan espectacular como nunca antes se había contado en ningún cuento de hadas.
Regina estaba tan emocionada que miraba y miraba a todos lados para no perderse detalle de todo cuanto sus ojos y su corazón contemplaban. De repente se sintió una gran explosión y del centro del lugar donde todos celebraban salió un gnomo que por su apariencia majestuosas, Regina se dio cuenta que debía ser el Gnomo Mayor. Todos le hicieron una gran reverencia, y Regina los imitó. El Gnomo Mayor se acercó a ella y le dijo:
-Tu luz es como el fulgor que atraviesa las almas, y todo lo que tocas se convertirá en diamante.
A esto, Regina contestó:
-¡No, no quiero diamantes, quiero las Rosas de Mar para regalárselas a mi amigo, el Caballero Carlos!
La fiesta armada por los Seres que visitaban al Reino Desconocido seguía en todo su esplendor, y Regina bailó con casi todos, pero anhelaba en su corazón que regresara Carlos con la respuesta esperada. Los Seres parecían no cansarse, pues no dejaban ni de bailar, ni beber. Amaneció, atardeció y volvió a anochecer. De repente se escuchó el galopar de un caballo que se acercaba. Era el Caballero Carlos que regresaba. Desmontó y le entregó un pergamino a Regina mientras le decía:
-Esto lo envía el Brujo Mayor.
Regina tomó el pergamino, miró al Caballero y leyó en voz alta:
-La luna, sus matices y, sobre todo, sus misterios han servido de inspiración para los eventos más inexplicables del alma. Tú no escaparás a esos hechizos, si así lo deseares.
Regina miró a Carlos, luego, cerró sus brillantes ojos y por un momento todo quedó en silencio. Cuando los abrió, estaba rodeada de unas hermosas rosas cuyos pétalos eran tan brillantes que parecían diamantes. Regina, con sus ojos más grandes que nunca, observó a su amigo. Ellos ya sabían lo que había acontecido.
Los gnomos, los duendes, las hadas y hasta los colados a la fiesta se fueron difuminando igual que como habían llegado, hasta desaparecer convertidos en polvillo de oro fino que se llevó el viento. El campo quedó cubierto de miles Rosas de Mar.
Al quedarse solos, Carlos y Regina hablaron a los elementales de las Rosas del Mar y, sin que ellos cortaran una sola rosa, se formó un gran ramillete en las manos de Regina. Luego se escuchó una música suave, como las que estamos acostumbrados a oír en los cuentos de hadas. Al compás de esa música celestial, la Princesa y su Caballero caminaron abrazados hasta perderse tras la nube azul del Reino Desconocido
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