Una mesa de luz improvisada. Un cenicero arriba de un libro y unos duendes inquietos son cómplices y testigos.
Por inercia nuestras manos se encuentran en el espacio.
Charla de recuerdos. Inolvidables momentos. Bailando “She” de Charles Aznavour.
Mujer sublime. Mirada fija. Ojos duros. Ni si quiera Neruda podría describir tu belleza cuando te sueltas el pelo.
Todas las metáforas mueren en vos.
Me grita el alma que tome tu rostro. Temblorosas mis manos te acarician. Todo a media luz.
La aproximación es lenta y desesperante a la vez. Desconfiada. Como un puma que se aproxima a su presa.
Con estilo propio dibujas círculos con tu nariz sobre la mía.
Se confunde. Se fusionan. Nuestras respiraciones.
La luna, que no quiso estar ausente, incursiona por la ventana de vidrios. Sin permiso alguno.
Y dibuja, en la prolija pared, dos rostros románticos. Llenos de sueños e ilusiones.
Pasión. Deseo incontrolable. Pecado programado. Significados indiscutidos de tus labios.
Se buscan nuestros labios. Sin éxito alguno. Tus ojos se encienden al resplandor de la luna.
Silencio confuso. Decisión indecisa. Besos sin contacto. Abrazo perpetuo.
Todo sigue igual, como antes. La luna empieza a marcharse. Los duendes se duermen.
Todos desilusionados. Hasta el cenicero cae despectivamente.
Entonces la magia comienza y sucede lo inexplicable.

Mauricio Muro @Derechos Reservados