El tren se detuvo. Me obligan a bajar. Escucho las voces impacientes anunciando que este viaje llegó a su destino.
Debo recorrer los andenes cargada de maletas, afectos que no trafican con el tiempo, sueños que amenazan con romper la tregua, ausencias que se niegan a pactar con la memoria. La estación está plagada de seres que avanzan y retroceden buscando el rumbo que habrá de devolverlos – como el túnel de un tiempo – a la ruta intransigente del futuro que falta recorrer.
Multitudes, sí y sin embargo no escucho ninguna voz, no veo frontal una mirada, no percibo ningún gesto de ternura, no siento un abrazo fuerte o lastimado que diga que somos dos. Multitudes, sí, y la soledad se impone obligadamente, intimando a seguir y transcurrir, a ser sin saber. ¿Cómo haré para encontrarte en los andenes que no amortiguan el silencio?, ¿cómo haré para contarte de mi frágil armadura? ¿Cómo haré si no puedo avanzar entre la multitud que es esta soledad, ahora, la única certidumbre?..