La Ciudad de las Ilusiones.
Corrían lentamente las nubes enrojecidas contra poniente, incendiadas por las llamas del atardecer, los pájaros detenían sus vuelos en las ramillas decrépitas de los cedros centenarios; retumbaba a lo lejos, el rumor de motores que se alejan, del claxon del taxista que pierde los estribos, una mujer llamando a comer a su hijo, el ladrido de un perro sucedido por otros perros que ladraban, contestando el saludo.
El calor era abrumador, el vaho de la tierra se hacía perceptible a los ojos, llenando la atmósfera de espejismos… allá el vendedor de periódicos cree estar hablando con su hijo muerto, otro hombre en el parque ve jugar a niños en los columpios, pero los niños son meras ilusiones, una mujer octogenaria mira a un hombre saltar de edificio en edificio, alado como los ángeles en persecución de un demonio envuelto en la llama de la rabia. Unos niños que salen del centro de videojuegos se entretienen con el cadáver de un gato, pero el gato, ilusorio, repentinamente salta y emite un doloso maullido… los niños en desbandada se precipitan hacia la calle principal, estorbándose los unos a los otros, mirando hacia atrás, porque la escena los atraía a la vez que los aterraba.
La ciudad se llena de terror. Los muertos emergen de los cementerios y se ponen de fiesta, asaltan las licorerías, arremeten contra las máquinas expendedoras de cigarrillos, saltan sobre los autos, derrumban las cruces de sus respectivas tumbas, comienzan una orgía irrefrenable, desnudos, mostrándose y aullando, tomando y compartiéndose entre ellos, los besos se confunden con promesas, los cadáveres putrefactos habían extrañado demasiado la vida. La turba, aterrada, sale con estrepito y desorden de sus hogares, cogiendo a los bebés en brazos, levantando plegarias a los altos cielos, los fanáticos anuncian el fin de los días, los místicos, el principio de éstos. Los hombres cogen sus herramientas y arremeten contra las ilusiones, “asesinan a las ilusiones” con sus armas, y, cuando no tenían armas a la mano, su mente poderosa y henchida de miedo, les crea unas, los hombres “matan a las ilusiones con ilusiones mismas”.
La policía emerge de sus respectivas comandancias, mirando anonadados el desorden, el temor, la ira… de repente, el tiempo parece detenerse, las imágenes se distorsionan y, debajo de las tierras y el asfalto emergen inmensas serpientes emplumadas que levantan el vuelo, mientras escupen tornados de sus bocas, los árboles se doblegan y ceden a los vientos, los cristales se contraen y expanden hasta el rompimiento.
Los cielos se abren y una marejada de querubines desciende en llamas y luces de pirotecnia.
De los Infiernos salen demonios que le hacen frente a los ángeles y se principia una cruenta batalla, donde se arrancan los corazones, se atraviesan pechos con lanzas o espadas, donde las alas caen y, antes de tocar los suelos desaparecen en un fulguroso resplandor. Los ángeles y demonios braman, chillan y gritan… pero en sus ojos las lágrimas comienzan a nacer, y caen y son heladas al contacto… son frías, hay una profunda melancolía en aquellas gotas celestiales, divinas. Los demonios se enjugan las lágrimas y recobran vigor y valor, alientan de nuevo el feroz enfrentamiento, los ángeles hacen lo mismo. Los escudos se quiebran, los yelmos se hunden, las túnicas se empañan de roja sangre, los brazos comienzan a sentir fatiga… las armaduras se corroen ya por la llama del infierno ya por la llama de los cielos y, al final, ángeles y demonios pelean desnudos, con lo puños sangrantes, con los cabellos revueltos, con nuevas lágrimas en sus ojos, y lloran ahora sin pausa… la melancolía puede respirarse.
Los niños que salen de sus escuelas son recogidos por sus padres.
Los termómetros marcan más de 80°… ¿qué pasa?
El atardecer cae… el sol se hunde tras las montañas y edificios… el frío traído del Polo enfría la atmósfera y las mentes de los hombres.
Lentamente, las ilusiones se extinguen, disolviéndose en los aires.
La Ciudad de las Ilusiones se rompe… queda la ciudad de la realidad… los hombres no distinguen una de otra. Los hombres, las mujeres, los niños, se ven, sin saber que hacer, avergonzados, se miran pero temen ser vistos…
Los ciudadanos, asombrados miran la clara luna… la estrellas brillan más que nunca y se preguntan, ¿Hace cuanto que no elevo los ojos para ve las rutilantes estrellas?...
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