Mi voz retumbaba en el silencio. Podía escuchar el propio eco de mis palabras. El piso estaba sucio, descuidado como un mendigo de la vida. El olor a humedad me transportaba a mi infancia, a mi casa materna, a mi habitación de paredes tristes que algo decían, que siempre hablaban. Que estaban escritas y firmadas por amigos rebeldes.
Apoyé mi guitarra en el suelo y ella dijo algo. Temblorosa dijo algo. Mis libros se iban acomodando como respetando su jerarquía. La puerta hacía un ruido como un castillo de la Edad Media. Mi vida se transformaba de a poco en un reloj de arena que comenzaba a contar el tiempo de cero. Mi vida estaba resucitando. Estaba empezando con cada granito de arena que el tiempo hace caer.
El baño era pequeño. Despedía un olor raro. No era un olor nauseabundo, simplemente era raro. La escalera esperaba ser subida, el piso esperaba ser caminado, los libros esperaban ser leídos y la guitarra ser tocada.
Entonces apareciste vos. Con ese ojo crítico que todo lo ve. Fue ahí que me di cuenta que a la casa le faltaba una mujer. Le faltaba vos.
Mauricio Muro @Derechos Reservados