Ya ves, aquí estoy volviendo sobre mis pasos para escribirte, para construir un espacio… un tiempo en el que estarnos y creer. Matamos lo que fue, lo sé, y nada ha cambiado desde entonces. Quizás la sospecha por momentos de encontrarte entre la gente, o simplemente que yo conmigo es demasiado si no estás vos y tengo que buscarte. Sí, vos en tu mundo, sin atestiguar mis días y enterrado junto a ellos y yo en mi soledad, malgastando un tiempo que alguna vez fue nuestro.
Algo dentro de mí está cercado por matorrales, esos que crecen durante las ausencias, que se asoman rebeldes burlando el desamparo y el frio. No he podido cortar aún de raíz porque la muerte siempre es definitiva.
Por eso escribo (aunque nada haya cambiado) no para escapar de la realidad, sino para recrearla, porque siento que al unir pedazos de esta historia, aquellos que fueron truncados, tal vez pueda volver a armar las piezas de tu imagen y perdonarte. Sí, perdonarte, porque para quedarse hacía falta coraje y para marchar tan sólo la inercia de dejarse llevar hacia donde soplaba el viento.