La conmoción del primer momento había pasado, las personas se estaban tranquilizando lentamente mientras una aparente calma los cubría. Aunque estaba aún llena de tensión la calma reinó por unos instantes, ambos grupos separados por una franja de tierra apisonada y barro se estudiaban detenidamente mientras sus líderes jadeaban por el esfuerzo que habían realizado.
El tiempo transcurrió lentamente, los segundos se convirtieron en horas y los minutos en días. Nadie movía un músculo mientras agarraban sus armas improvisadas con fuerza; palos, piedras, botellas y botellas rotas era lo más común, también se podían ver algunos bates de béisbol, tubos de drenaje y manoplas, armas un poco más preparadas que las otras.
Ambos líderes trabajaban como mozos de distintos restaurante durante el día, su rivalidad había crecido con ellos y también la agresividad con que la demostraban. Primero separaron a los chicos del barrio en dos grupos, luego a sus compañeros de escuela en dos pandillas juveniles y finalmente, ahora como adultos, habían creado dos de las peores pandillas de la ciudad tratando de obtener el poder sobre la tierra de nadie.
Su trabajo de mozos era sólo una tapadera para el cuartel de cada pandilla, cada restaurante era un centro de operaciones secreto y gritado a los siete vientos. Todo el mundo sabía lo que se cocinaba en sus interiores, pero ni la policía podía hacer algo al respecto; los habían superado, habían terminado sólo como unos espectadores más de aquella rivalidad que había nacido desde hace mucho tiempo atrás.
El tiempo siguió su curso, los músculos se tensaron, sabían que empezaría un nuevo ataque y tendrían que estar listos, lo sentían en sus instintos como un león a su presa. Sabían que seguirían adelante no importa lo que sucediera, hasta que uno de los dos muriera y aún así la rivalidad que habían creado seguiría viva.
Tic... tac... tic... tac... sonaba el reloj en lo alto de la iglesia que se encontraba a una cuadra del terrenal donde se encontraba. Había curiosos en lo alto de una colina observando la lucha, había varios niños observando lo que sucedía metros abajo. Algunos con miedo pero otros, muchos. Tenían una mirada de ansias, ansias por estar en uno de los bandos, ansias por la emoción de la pelea sin sentido, ansias de hacer suyas las razones sin razón por la cual odiar al otro grupo, ansias por parecerse a los hombres que tomaban como ejemplo en sus vidas.
En un momento uno de los niños que sostenía un carrito rojo lo dejó caer por la ladera de la colina, el carrito rebotó y rebotó hacia el espacio vacío que se encontraba entre ambos grupos. La lluvia empezó a caer mientras los líderes tomaron aquel carrito de juguete como una señal para el siguiente encuentro, mientras caía lentamente el carrito la lluvia lo acompañó hasta los pies de la colina.
El carrito rodó aún un poco más hasta casi detenerse entre ambos líderes que estaban atentos a su movimiento; la lluvia empapaba todo, los músculos se tensaban, las miradas de los miembros de las pandillas hacía sus líderes y ellos observando atentamente el carrito rojo de juguete.
Hasta que finalmente se detuvo entre ambos, dieron un grito de batalla y atacaron casi al unísono pisoteando lo que antes fue un carrito de juguete de un niño con la ilusión de seguir su ejemplo. |