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II.
Mujer amada
Eres tú el punto en el que se rompen los océanos,
Y dejas al ocaso sin luz ni al mar con su espuma,
ver caer los montes, las torres las aureolas de luna
y sentir de lejos que tu cabello me golpea.
Blanca como el alba, diáfana como el día,
en ti no cabe ni siquiera una flor impura,
ni un suspìro ajeno ni el canto susurrado de un arroyo
ni un beso, ni un espectro nocturno al caer la noche.
Sólo tú puedes, sólo tú puedes arrasar con todos mis anhelos,
con mis sueños perdidos
al fundirme como el plomo en el fuego de tu cuerpo.
Dueña del vasto cielo, te proclamo,
te proclamo la reina de todo, de la nada.
Dueña de los suspiros de la luna del universo
tanto como de los prismas de zafiro de tus ojos y mis ojos que al verte gritan a tu belleza. |
Texto agregado el 12-10-2012, y leído por 118
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