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Amaneció todo envuelto en neblinas. Pero fue luego cuando Jaime pudo darse cuenta de aquello; al salir afuera en medio del mar, de la montaña y de la ciudad, en un lugar intermedio, donde pernoctó, en una bella cabaña. Al despertar, Yessy todavía dormía. Sus cuerpos jóvenes y esbeltos estaban cubiertos tan solo por las sábanas suaves y ligeras. Jaime se sorprendió una vez más de la belleza de su amada. Era tan hermosa como en un cuento de hadas.*

Tomando su toalla, se envolvió y salió afuera. Entonces vio la neblina. Era como las seis de la mañana –pensó–. Regresó a la guarida, preparó algo de comer para ambos y con dulzura despertó a la hermosa joven que le había robado el corazón.

Yessy, Yessy, ¡Yessy!, linda y misteriosa como una ola del mar. Se había casado pensando que Yessy era de otra estirpe. Esa fue su primera desilusión. Pero era fuerte el amor, muy fuerte.

A media mañana, Jaime recibió una terrible noticia. Las empresas, en las que había invertido la mayor parte de su pequeña fortuna, estaban al borde de la quiebra. Al medio día -¿fue al mediodía?- Yessy lo abandonó. En plena luna de miel.

Jaime deambuló como loco en medio del mar, de la montaña y de la ciudad; sin rumbo fijo, contemplando los colores de la naturaleza, los tonos verdes y azules; el color indiviso del ambiente marítimo, unánime. Al final se quedó caminando en la arena de la playa; cabizbajo, descalzo, con el alma herida. Caminó hasta el atardecer, y hasta más allá de la puesta del sol.

Sus huellas en la arena eran como cada paso que había dado en su vida, marcándolo de nuevo como un “designio” incomprensible. Se tiró al fin en la orilla, casi al extremo del suicidio. Primero fueron las lágrimas, luego un sentimiento hondo, muy hondo, de amargura, casi al borde de la muerte.

Mas como marcado por una providencia superior, empezó a jugar en la arena. Primero con las conchas. Y luego descubrió una botella con una tapa. Adentro estaba la fotografía más romántica del mundo. Una pareja con un salvavidas en un río magnífico. También encontró un poema, indefinible. Solo su lectura haría justicia a su belleza y a su poder. Al leer los versos del poema, sufrió una transformación súbita, llevándolo en unos breves instantes, de la tristeza más profunda, a recuperar la alegría de vivir. Años después le confesó a su nueva esposa, musitándole: “¡Un poema me salvó la vida!”. Al despertar, Yessy todavía dormía.

*De una belleza inverosímil

Texto agregado el 12-10-2012, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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