Café Dam
Como cada vez en el Dam, mi soberbia sucumbe a la atmósfera que envuelve a los que saben.
Los ventiladores rumorosos y el ladrillo que devuelve la música, transformada, haciendo dúctiles las almas, matan el tiempo, que se transforma en vehículo hacia mares tranquilos, sin guardar las espaldas, aminorando el peso de mis alforjas, ya casi vacías, otrora llenas de errores y dudas.
En Dam Straat se habla sin palabras, sin mover un solo músculo, entre el fluido tranquilo del discurso que no necesita vocablos y la caipiroska fría, dulce y amarga, solo dejarse llevar, mecerse en las ondas y ver entrar y salir extraños que no lo son.
Las ignotas lámparas, para el común, gobiernan la estancia sin dar órdenes, sin disturbar la esencia, que crece y conecta el cuerpo y el alma al momento, sin relojes, sin agujas ni brújulas.
El sentimiento, la ausencia de duda, no han de ser marcados, no se miden, los parámetros están fuera, no tienen sentido.
Al fin, lentamente, rompiendo el cordón umbilical, sin escándalos ni dramas, salgo al mundo, menos pesado, más claro, más yo. |