Ana es una mujer casada, esa, felizmente, con un medico con prestigio, tiene dos hijos adolescentes, astutos, inteligentes flexibles. Ana es Kinesióloga, su monótona vida es inesperadamente invadida por Arturo. Pero sentémonos a mirar la vida de Ana. Se levanta desayuna, cocina, el almuerzo para sus hijos. Su marido le está construyendo con la ayuda de la mano de obra de albañiles españoles una sala para tratar en forma delicada y y en forma terapeutica a los pacientes. La mayólica utilizada es reluciente, pero más reluciente es la figura de Arturo que mira a Ana ayudar a cargar tratos viejos del lugar donde se hará la nueva consulta. Ana ayuda a Arturo con dedicación con confraternidad, con empatía y genuina solidaridad.
Cuando van terminando el trabajo el marido de Ana le acerca el sueldo para los albañiles españoles. Esto transcurre en Franca, y Arturo habla un catalán que ensueña a Ana. Al llevarle el sueldo a Arturo, Ana deja el auto en una calle de bajada, mientras se acerca a Arturo. Este lo nota y va corriendo a socorrer al auto que va empinándose calle abajo. Se fractura el pie, dejando a Ana impávida de consternación. Lo lleva al hospital, lo enyesan, le lleva la comida, lo atiende en su diminuta casa y se embebe de su dulce catalán. Surge una pasión desbordada que dé cual otra forma podría denominarse, sino furtiva, dócil, altiva consumante…
Pero preguntemos, por qué sucede esto en una mujer de mediana edad, en una vida sin necesidades de ninguna especie…
Ana no puede reprimirse ni Arturo menos. Sus cuerpos se chocan con frenesí, sin clases sociales intermediando, sin colores de pieles sin bienes materiales interpelando.
El marido de Ana a quien no nombro, no le doy identidad ni entidad, les quita todo el dinero, les corta los víveres. Les corta las posibilidades de supervivencia transgresora.
Ana vende los cuadros de la familia, y el marido hace arrestar a Arturo por robo, y conmina Ana a volver a él a pesar de su adulterio.
Ana vuelve para que Arturo salga libre, y medita sobre su vida cotidiana con su marido, Los chicos se entreveran la niña a en desfavor y el niño ama a su madre.
Su marido se encarama sobre ella, desnudo sudando, reclama los deberes maritales, luego se duerme. Ana se dirige al cobertizo, descalza se desliza lúdicamente complacida, se decide y expulsa dos tiros en el vientre de su marido.
Las manchas de sangre surgen rojizas, intempestivas, sumisas, calladas y cómplices sobre la sabana inmaculadamente blanca.
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