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El Atajo

Venía de viaje en mi coche ya viejo con muchos kilómetros en el motor. Antes me había parado en un bar de carretera, donde me indicaron un atajo para ir a la general.

Allí estaba yo circulando por aquel maldito camino, que me estaba destrozando el automóvil. Llovía sin cesar teniendo dificultades para ver el sendero. Los malditos faros apenas alumbraban una decena de metros delante de mí. Cuando me estaba acordando del imbécil que me indico el camino y encima me costó un par de cervezas, tomé mal una curva y mi viejo amigo de tantas andanzas, derrapó dando con su pertrecha carrocería y mis huesos en la cuneta, que para más Inri estabas llena de agua y barro.

Salí del auto como pude mientras decía las cuatro maldiciones de rigor. Yo tuve más suerte que mi viejo amigo, que después de tantos años de servicio agonizaba en la cuneta.

Abrí el capó y tomé una linterna que no se que andaba por allí, pero que me vino de perlas. La luz que proyectaba la misma me fue descubriendo un mundo de barro, ramas y hojas caídas.

Al pronto tropecé con algo muy duro y frío, grité de dolor (al tiempo que me acordaba de la madre que dejó semejante cosa para que yo tropezará). Sé me heló la sangre al comprobar que dicho objeto era una cruz que a su vez pertenecía a un cementerio.

Estaba caldo hasta los huesos, necesitaba pronto encontrar algún refugio o algo parecido, o pronto enfermaría de pulmonía. Ande unos cuantos pasos más entre tumbas, con mucho cuidado de no despertar a sus inquilinos.

Por fin a tientas encontré una pared que siguiéndola dí con una puerta. La misma me ofreció menos resistencia de lo que en primer momento pensé y entré sin mayores dificultades.

Unos cuantos escalones conducían a una gran sala. En las paredes del mausoleo estaban empotrados unos nichos. Estaba tan cansado que aquél lugar tenebroso, gélido y lúgubre no me impresionó lo más mínimo. Me tumbé en un rincón, hecho un ovillo y pronto me rendí en los brazos de Morfeo.

No sé cuanto llevaba durmiendo... Pero poco a poco me fue despertando una voz que decía:
-¡¡Por favor ayudarme, os lo suplico. No dejeis que siga aquí errando!!
Medio dormido, con los huesos doloridos por el gélido y frío suelo, a duras penas conseguí incorporarme. Con cara de tonto presencié la siguiente escena: Como a dos metros de mí, sé me presentó, cómo un ser luminoso, vestido con ropajes antiguos, arrastrando cadenas y bolas de hierro.
En un primer momento, no daba crédito a mis ojos, pero mis oídos sí que percibían, los lamentos y sonidos metálicos que producían las bolas y cadenas.

Aterrado ante aquella aparición caí de espaldas, cómo un cangrejo llegué a aplastarme contra la pared, todo lo que pude en un vano intento de pasar desapercibido.
Entonces él espectro habló:
-No temas mortal, no te haré daño, necesito tu ayuda.
Yo ya no sabía si estaba dormido, o no, y con una voz que a mí mismo me sonaba ridícula dije:
-¿Pero, quien eres tú? ¿de dónde sales?
Él ser con voz más suave me contestó:
-Soy el espíritu que confiado y bondadoso, dejó que su socio tomará las riendas del negocio de ambos, pero el desgraciado(al que maldigo por toda la eternidad) Sé dedicó a la vida fácil y mundana, en pocos meses lapidó todo el capital de ambos, yo siendo viejo y cansado no lo pude resistir, me ingresaron en un sanatorio y al poco mi salud ya no lo pudo resistir, rindiendo mi alma al todo-poderoso.

Al ver que dicho personaje no era peligroso, me levanté recuperando un poco la compostura, diciendo:
-Pero, hombre de dios solo me faltaba encontrarme con un fantasma, después del día que llevo. Pareció que al viejo no le hizo mucha gracia, mí salida de tono, diciéndome muy en serio:
-Escucha mortal, con mucha atención, sí me haces este favor, te recompensaré de tal manera que no tendrás que preocuparte nunca jamás, de tu sustento.
Entonces mi alma de comerciante pudo más que el miedo, diciendo:
-Dime lo que sea ente del infierno.
Al oír tan rotunda afirmación, el espíritu sé frotó las manos a la vez que una risa gutural salia de su asquerosa garganta, diciendo:
-El asunto es bien sencillo, quiero venganza.
Al escuchar aquello me quede helado, temiéndome lo peor.
-Sí no te quedes cómo un idiota, haz oído bien, replicó con sarcasmo él espíritu. siguió hablando alto y claro:
-Quiero ojo por ojo y diente por diente, hasta que se pudra en su tumba, no descansaré paz, habré bien los oídos a lo que te voy a relatar:
-Como a un centenar de metros del cementerio hay una casona muy antigua donde mora mi socio(única propiedad que le queda, al mal nacido) Te será muy fácil entrar ya que la tapia que rodea la casa es de poca altura. Cuando la saltes te encaminarás a la parte trasera, donde encontrarás la puerta de la carbonera, te metes dentro de la misma y desde allí subes al piso alto donde no te resultará difícil encontrar las dependencias de mi socio.
Tenía que pensar rápido para salir de aquella situación, decidí al fin que lo mejor sería seguirle la corriente y como no reconocerlo, también espoleado por la recompensa prometida por el espectro.

Después de múltiples caídas, mojado y lleno de barro por fin alcancé la puerta de la carbonera. Con la linterna iluminé el interior de la misma, y como supuse una especie de tobogán descendía hasta el suelo, con el fin de descargar los casos de carbón. Me deslicé por él mismo y aterricé en duro y frió suelo de la estancia.

Estaba en un sótano lleno de carbón, trastos viejos, polvo y telarañas por doquier, Busqué con desesperación un posible interruptor, pero como temía aquella casa, la corriente eléctrica no llegó con el modernismo acostumbrado de otras.
Una vieja escalera parecía que me conduciría a la planta baja de la casona.
Con mucha precaución ascendí por ella, el crujido que emitía la madera junto con los latidos de mi corazón, le daban una misteriosa música a la situación.
Cuando abrí la puerta una melodía lúgubre y triste inundaba la planta baja, con curiosidad infantil fui siguiendo el sonido de la misma, por una estancia llena de muebles antiguos de sobrecargado lujo, de muy mal gusto, donde el lujo estaba reñido con los colores y estilo de los mismos.

La música me lleva ante una gran puerta compuesta por dos hojas, como estaba entre-abierta asomé la cabeza y pude distinguir a una persona que estaba tocando el piano.
La sala de estilo barroco, adornada con muchos tapices y pesadas cortinas, despedía un olor a cerrado a la vez que el polvo se te metía en las narices, como encantado de la manera de tocar del personaje, me acerqué con mucho sigilo, procurando pasar desapercibido.
Gracias a la luz que el candelabro, que estaba encima del piano pude distinguir mejor al pianista, era una mujer de vestir de épocas pasadas, con un traje de cola, que llegaba mucho más lejos de donde ella estaba sentada, blanco con muchos volantes parecía...De boda, diría yo, tocaba con la cabeza baja, sus ojos tristes y húmedos denotaba que estaba llorando, su música triste y melancólica me estaba embriagando de tristeza todo mi ser, no pude resistir más y me fui acercando, poco a poco. Ella no dejaba de tocar, parecía que yo no existiera para ella. Pude contemplarla todavía más de cerca, su cara tenía una tez muy blanca, sus facciones delicadas y terriblemente atractiva, despedían una aureola de inocencia.

Con gran estruendo se abrió la puerta, vi aparecer un hombre, con el mismo estilo de época que la pianista, furioso se acercó a ella, apretando el cuello hasta dejarla sin respiración. Toda la escena se desarrolló como en las películas de cine mudo, a cámara lenta, como si los personajes me ignorarán por completo.
Una vez hubo terminado, el sujeto se sentó, llevándose las manos tapándose el rostro.
Yo aterrado ante inexplicable escena me acerqué lo que pude, el hombre ignorante de mi presencia seguía sentado , como pensativo, a lo que acto seguido tendría que hacer.
No tardó ni un segundo, se puso de pie y buscó en sus bolsillos, de los cuales sacó una pistola de gran tamaño, sé lo dirigió hacia su boca y disparó.
Tan pronto como salio el disparo los personajes desaparecieron, quedando la sala como antes de que aparecieron.
Loco de miedo y sin comprender lo sucedido, opté por la mejor de las estrategias, salir corriendo...

Llegué, no se como, pero aparecí de nuevo en el bar de carreteras, todos los parroquianos parecían ignorarme, yo gritaba, soy yo, él de antes, qué no me reconocen...Había dos guardia civiles de trafico hablando con el dueño:
-Dígame buen hombre a unos centenares de metros de la cafetería, un terrible accidente ocurrió, el conductor no sobrevivió, estamos indagando la identidad del mismo, ¿no sabría usted nada?

Noooooooooooooo..........él espíritu de las cadenas, la pianista, él suicida, todos aparecieron, invitándole a seguir-les.

Fin

José María Martínez Pedrós



Todas las obras están registradas.

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Texto agregado el 11-10-2012, y leído por 222 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-10-2012 brrrr... riquisimo cuento, lleno de aventura y misterio, el final; genial. Un abrazo!!!! 5 aullidos P.D. esta repetida una parte del cuento. yar
 
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