Me di cuenta cuando los pelos se me pusieron de punta por sus vestimentas, sus movimientos y la forma tan decidida en que entraron en el banco. Hasta ese momento no había pasado nada, pero la cosa no pintaba bien y no fui el único en sospechar lo que estaba pasando.
Le hice un guiño a Paco, que estaba a mi lado, para advertirle de mis sospechas, de que habían entrado a saco unos tipos sospechosos y a cara descubierta. Pero Paco ya estaba demasiado entretenido tocándose la corbata como si fuera un amuleto, e intentando esconder la mirada, como si al no verlos se volviese invisible. Los demás comenzaron a imitarlo.
Se distribuyeron con rapidez, como si estuvieran en su casa. Cerré los puños con fuerza. Nos reunieron a todos y me pregunté por las posibilidades de de salir de esta.
Uno de ellos nos ordenó con voz ronca que no nos moviésemos de donde estábamos, que permaneciéramos quietos y que si hacíamos todo lo que nos dijesen saldríamos pronto de allí.
Al pasar la sorpresa aparecieron los nervios, después el miedo, y al pasar los primeros minutos comenzaron a aparecer las horas y estas comenzaron a amontonarse. No sabía que coño buscaban, pero debía de ser muy importante.
Al final de las horas llegó un nuevo día con más horas. Entonces nos volvieron a reunir a todos contra una pared. Paco estaba cagado y le dije: “Tranquilo, por lo menos estamos comidos y meados. Aunque también jodidos.”. Paco, que seguía a mi lado tocándosela corbata, me preguntó al oído: “¿qué crees que pasará ahora?”. Le contesté: “No lo sé. Pero dudo mucho que nos lleven a cenar a un buen restaurante”
Nos apuntaron con sus corbatas de seda caramelizada y sus trajes oscuros, y se adelantó uno que se identificara antes como el nuevo jefe, que nos dijo:
- Una vez repasadas las cuentas, contabilizado los depósitos y los fondos, valorado y actualizado el valor de los activos y realizadas las provisiones, estamos en condiciones de afirmar que para esta entidad pueda seguir adelante se necesita una inyección de 15.000 millones de €, como mínimo, de dinero público. Esa sería la mala noticia –prosiguió-. La buena es que con esa cantidad estoy en condiciones de garantizar todos los puestos de trabajo y salarios de los que están aquí.
Fue entonces cuando en un extraño ataque de honradez no me pude contener. Di un paso al frente y, aferrándome a mi corbata, me enfrenté a todos ellos.
- ¡Esto es un atraco!¡Son ustedes unos ladrones! ¡Unos estafadores! ¡Es una mentira!-Sabía muy bien lo que decía porque las cuentas del banco eran mi cometido, las conocía a la perfección y solo hacía una semana que habíamos cuadrado todo a la cifra máxima de 4.000 millones de nada. Eso sí, después de conocer 15 años el banco y dedicar 6 meses a la tarea que a ellos les llevó un día y pico.
Se alzaron las voces, las amenazas, vinieron los reproches y los insultos. Al principio sólo de los de enfrente, pero en poco tiempo se sumaron los que estaban detrás, apilados contra la pared. Pepe me agarró por la corbata y me recordó que tenía familia, y dijo algo de la mía, por lo menos de mi madre. Lo comprendí todo, me calle y volvió la tranquilidad.
El jefe de ellos, bueno, ahora de todos, dio un paso al frente, me señaló con el dedo y me gritó: “ESTÁ USTED DESPEDIDO, gilipollas. Deme su corbata”
Todos silbaron y aplaudieron. Me la quité. Me acerqué a él, se la deposité en la mano y le susurré:
- Me da igual. Tengo 10 millones de indemnización, capullo.
- Ya. Y mí también me da igual que los tengas –Me contestó- Pero ya no tienes corbata.
- Sí. Pero no te dará igual que de lo que vais a hacer se entere todo el mundo. Se te pondrá un nudo en la garganta y no será el de la corbata.
Miró para su mano con mi corbata y yo me desvanecí sin darle tiempo a contestar.
Un mes después estaba en el bar del club de pijos capullos donde mataba muchas de las tardes libres. Colgué el móvil. La última oferta eran 20 millones entre la indemnización y la jubilación, y en la práctica me duplicaban lo que ganaba. Sólo tendría que firmar un contrato de confidencialidad y no contar nada de nada a nadie.
Pedí otro Daiquiri Frozen. Cuando el camarero me lo sirvió me pregunté por lo que se sentiría siendo una persona decente como él. No tenía ni idea. Terminé el daikiry y me fui a comprar una corbata.
|