EL SUEÑO DEL AYAHUASCA
...Y la gigantesca boa Yacumama se alzó desde su insondable fosa de agua, poniendo de hielo al amuesha Leonidas. Inmóvil, no soltaba la caña con que pescaba en esa noche de luna llena, aún cuando el sedal se había largado en toda su extensión, sacudiéndose con violencia en su camino hasta las fauces de aquel monstruo de ojos de fuego y horrendos colmillos.
Fueron tres días interminables, sin sueños, sin habla, sin memoria, sin vida. “ha visto el miedo, ha perdido el camino” dijo entre sollozos la Ankeloa, mientras el Pinkatzari miraba los ojos extraviados y distantes del nativo del Amazonas. “Sueño del Ayahuasca-dijo-no hay mas remedio”.
Se encendieron hogueras, murmuraba el viento en su canto; danzaba el fuego la danza de la muerte y el curaca Pent-hé, invocaba a todos los espíritus del bosque. Asomaron al Leonidas y le apuraron el brebaje aquel con que se viaja al encuentro de los mundos del averno. Espumaba su boca, se retorcía su cuerpo, agonizaba su mente en trance hacia el sueño del Ayahuasca.
“Durmió mi mente, sucumbió mi animó entre angustias de muerte, más de pronto mi espíritu abandono mi cuerpo en un ser nebuloso con enormes alas de raudo vuelo. Y comenzó su viaje hacia la morada de los muertos. Lo veía yo con toda claridad desde mis adentros. Huía sin duda de mi y de mis miedos y a la vez llevaba mis temores consigo; volaba entre los matorrales hirientes de la jungla que estiraba sus toscas manos para arrancarle pedazos de mi que yo sentía; reían a carcajadas los desfigurados árboles, aullaban las bestias, arañándole mi piel y lamiendo en su carrera las sangrantes heridas que a mi, me causaban un tremendo dolor. Bramaban las nubes apareciendo fantasmales en derredor, mientras la luna ofrecía una tenue luz sanguinolenta en cada uno de sus egoístas rayos en medio de aquellas tinieblas; y corría jadeante, escapando de la enmarañada e injuriosa jungla, de las bestias feroces que la acechaban y magullaban; y en desesperada carrera lo vi tropezar y caer en aquel pantano de aguas negras y hediondez que a mi me provocaron nauseas.
Vi entonces aquella dantesca escena que empezaba alrededor de mi espíritu vagabundo y vencido: la danza grotesca de miles de espíritus del averno, deformes, monstruosos, de afiladas garras y feroces dientes; danzaban alrededor de aquel pestilente pantano, que dejaba escapar a su vez, enormes lenguas amenazantes de fuego; crujían los árboles en su lucha con los vientos, rugían las bestias con las fauces sedientas...Y en medio del pantano, emergió la yacumama, enorme, voraz, clamando venganza con el sedal aún prendida a sus carnes y con ella el peor de mis espantos. Todos aquellos ignotos seres buscaban mi espíritu para arrebatármelo y con ello mi vida. Un silencio de sepulcro y de muerte, de tinieblas y elucubraciones fantasmales apretaba el tenso ambiente.
El terror se apoderó de mi al ver emerger mi espíritu frente a la gran bestia…Era tan aterradora su presencia, que todos espíritus cesaron su danza macabra, acorralándola, con sus ojos devoradores y sus zarpas afiladas….Más en ese cruel momento, denso de miedos y tormentosos escalofríos, nació también el valor y la osadía..Frente al destino aquel, frente a mis oscuros fantasmas ya no había más que perder. Me planté decidido, con la mirada enrabietada, los puños cerrados y mis dientes crujiendo; avancé lento hacía mi espíritu, los músculos tensos como el hierro, lleno los pulmones a punto de estallar…y grité, grité con todas mis fuerzas y mi rabia; y aquel grito retumbó en la selva, en sus ríos, en sus montañas; callaron los vientos, ronronearon asustadas las fieras y se ahuyentaron todos los espíritus; la gran yacumama estaba ahora quieta y perpleja….
Cesé mi grito, casi ahogado y jadeante, sin fuerzas más que para erguirme sobre mis piernas…Fue entonces, solo entonces que todo se desvaneció, la jungla comenzó su manso murmullo, los árboles canturreaban el amanecer en coro con el rumor de los ríos; el sol despertó de aquel sueño pesado, como sin apetito por la claridad, el pantano se pobló de orquídeas blanquecinas y su fragancia inundó todo a su redor. Lentamente, muy lentamente, sentí que ese ser extraño, etéreo que me posee desde dentro, volvía a sus aposentos, con osadía, con determinación, poniendo luego a andar mi mente, mi vaga memoria y mi razón. Amanecía ya, y yo con el en medio del poblado, cara al cielo, rodeado de mi gente, de mi mujer, conciente de haber vuelto a vivir”.
El pinkatzari, sonreía masticando su gran pipa de tabaco; el curaca yacía desvanecido entre los tibios pechos de las vírgenes; la Ankeloa acariciaba el rostro del Leonidas. “Aeeaaaeeáá´, aeeaaeeáá”, cantaba la tribu, cerrando aquel circulo mágico del destierro de los miedos y el retorno de la vida.
Perseo Escritor
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