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Leyendo al Señor Bradbury supe que tengo piedra libre! Me autorizó a mantener en un lugar dentro de mi mente,…mi ayer.

Hoy me confirmó que no está mal que conserve mi colección de revistas de amor Intervalo, aunque ahora solo lea “literatura”. Me autorizó a sumar. Sólo a sumar en mi vida. A amontonar experiencias sin descartar las antiguas, las pasadas, las de mis distintas edades. Y hoy sentí que ya no estoy sola. Estoy rodeada de todas aquellas Martas de mi historia. La de cinco, la de diez, la de quince, hasta la de antes de ayer. Y junto con ellas, de toda la gente que me ayudó a crecer en aquellos momentos…

Cuantas escenas de ciencia ficción, o realismo mágico encierra la vida de un ser humano!

Puedo ser, cada vez que lo necesite, esa nena de cabello rubio y piel nacarada. Aquella cuyo almuerzo ideal, no era en un restaurante mexicano, jamás un asado, menos, algo que fuera verde... Esa Marta en miniatura que compartía, mitad y mitad, medidas con regla, el sándwich de queso con su mejor amigo, el “negro”, aquel perrazo mestizo y oscuro que vagaba en el monte correntino, hasta que el amor desmesurado por la nena y las comidas que ella odiaba, lo esclavizaron voluntariamente hasta la muerte…

Pero lo mejor de todo, Señor Bradbury, es que si conservo aquellos banquetes compartidos con el perro, aparece también un joven de porte imponente de unos treinta y largos y uniforme color cafè con leche… que resultaba ser mi viejo. En cuyos brazos arremangados despertaba cuando me alzaba adormilada de la montañita de arena en la que jugábamos el negro y yo, luego del mediodía. Con aquellas situaciones a resguardo, volvieron los besos aroma colonia Atkinsons que depositaba silencioso en mi cabeza y en la de mi amigo, para dejarnos acomodados en la cama arriesgándose a la ira de mi madre, preocupada por los gérmenes.

Volver a sentir aquel tiempo…! Las pieles tensas de mis padres; los desfiles de los marineros con el río color ladrillo de fondo, la tierra colorada bajo mis pies de cinco almanaques...; aquel primer y desconocido pecado… Ese adolescente aindiado que practicaba conmigo caricias prohibidas en una casita de madera, frente al destacamento de prefectura en donde vivíamos mi familia y yo, sin que nadie pensara en el peligro latente… Escapadas inconfesables…besos largos y enormes para mi cara…y al fin hoy puedo permitirme recordar sus negras cejas y sus inmensas manos morenas sucias de tierra secreteando bajo mis blusitas risueñas..., y extrañamente, las volvería a besar agradeciendo aquella dosis oculta de amor que conocí tan precozmente.

Y le pediría de nuevo, altanera, a mi padre con aquella vocecita aùn iletrada que fue mía, tan engreída como caprichosa, que meta al calabozo al marinerito aquel (rápidamente ascendido) que, viéndome jugar entusiasmada con una peligrosa Yarará, tuviera el tupé de dispararle salvándome la vida, pero destrozando en mil pedazos aquel colorido juguete nuevo…

Cuántas he sido desde aquella rara infancia…, cuántas soy, cuántas historias…., ha saltado la tapa de la olla a presión, quiero servirlo todo dentro de mis cuentos como un potaje de intrincados ingredientes y sabrosas especias, para poder revivir cada edad… cuando quiera…

Texto agregado el 09-10-2012, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-05-2013 Me gustó. Saludos. kary-rv
09-10-2012 Un texto escrito con gran calidad, mucha coherencia y excelente capacidad de discernimiento. (5) ZEPOL
09-10-2012 Un relato intimista que tiene por sustancia el pasado, rescato a Bradury pero como un personaje hacía el futuro, un gran visionario, muchos saludos. Legnais
 
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