Ella espera, el momento exacto, muy quieta, a los pies de su cama.
Ella sabe, cuanto èl debe, el dìa y la hora, todo està escrito, en su libro de almas.
La vida, que yace a su lado, envejecida y ajada, le manda una mirada transparente de cristal astillado.
Los ojos de ambas se cruzan, una con el tiempo cumplido, para bien o para mal, sentenciada. La otra expectante, con rostro culpable, abocada a su tarea, para algunos desagradable.
El hombre no despierta, sueña con una, espera a la otra. Sabe que se encuentra en el limbo de Morfeo, donde los relojes no existen, salvo el dìa eterno de los no muertos.
De pronto la vida, lo acaricia impotente, mira con desespero a la otra, a quien no se le mueve un pelo. Pero aquella, cuando de pronto cierra de un golpe el libro polvoriento, habiendo llegado a la página final, lo mira a èl… y nada sucede.
Es la ciencia, soberbia, que aparece en escena, desafiando a una y otra, con alboroto insolente. Tiende al hombre su blanca mano enguantada. El la siente, dentro de su ojos apagados, y respira aliviado.
Ahora sabe que la pròrroga, se ha ejecutado.
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