La mesa de mármol del Cafetón está vacía.
Nuestra mesa, nuestras viejas sillas de madera, están inmóviles, y acompañan su soledad con un frío cenicero de barro, y las servilletas donde te escribía mis amores.
No está tu sonrisa, y el puto "reggaeton" aumenta la sensación de soledad.
La envidia por las risas en el café, se me clava como un punzón mientras mi mirada fija y fría se dirige a un punto ciego en la puerta batiente de los servicios.
Necesito tu aliento, el roce de tus manos, tus piernas sobre las mías, con los zapatos tirados en el parquet.
Sin correr el tiempo, entre nuestras conversaciones de miradas, de besos, acariciando tu pelo, con tu brazo apoyado en mi cuello, contándonos historias de tu vida y la mía, sin horas en el reloj.
Porque el café, el mundo, era nuestro hogar. Planeando viajes, por la vida, por las ilusiones. Saboreando el futuro y nuestras bocas, ajenos a todo, compartiendo latidos, risas y, a veces, llanto. Pero juntos, atados cortos.
Diez minutos sin vernos era una eternidad, un etéreo cordón umbilical nos unía, no podíamos estar en habitaciones distintas sin dolernos.
Volveremos a ser uno y el odio no vencerá al amor, que surgió de la nada y permanecerá siempre.
Pese a ti, pese a mí. |