El golpe de los dedos sobre las teclas, parecen pasos en un largo sendero que se tiende en la noche. No queda entonces más que contar alguna historia.
Hubo una vez alguien que me contó que el mundo era un lugar fantástico, que detrás de esas aburridas caras que pasan a nuestro lado hay un montón de historias y que cada uno es una historia creándose, escribiéndose deshaciéndose y rearmándose con cada palabra múltiples desenlaces de una misma esencia. Este alguien definió a la vida como una gran enciclopedia donde todo lo que se nos pudiera imaginar, ahí estaba, nuevos principios en capítulos de obras desconocidas. Millones de lápices en millones de mano, soñando, narrando, regocijándose, sufriendo, despidiéndose… la noche y la soledad no son buenas compañeras. Herramientas de uso diario para el dolor, amortiguadores artificiales inhibidores de la realidad, poros que emanan el hedor, alcohol que se evapora de nuestra piel. La delgada, línea blanca el peso del descontrol no supera al de un puñado de plumas. Solo se que el tiempo no olvida, pospone o perdona, pero nunca olvida, algunas cosas se definen como buenas o malas, otras son o una cosa o la otra, en las largas madrugadas solo esta el resplandor de la pantalla, eléctrica compañía, en definitiva nadie me conoce y me relaja desde este lado no ser nadie escribiéndole al mundo, es como estar detrás de una careta, dale una careta a un hombre y veras quien realmente es. En definitiva, cuando a las tantas creencias que nos definen, se les ve el hilo, su talón de Aquiles, “las falsas creencias humanas” comienzan a desaparecer, también se van con ellas la credulidad, entonces solo por un instante logre definir que mi falta de creencia en algo es una forma de creer y que de igual modo puede tender a desaparecer…
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