Artemito siempre había tenido problemas de intestino. De chiquito.
En ocasiones estaba seco de vientre y las deposiciones parecían de conejo, saliendo durísimas, redondas, y de buen tamaño, costandole mucho depositarlas.
Otras estaba tan diarreico que no podía alejarse mas de unos metros del inodoro, porque corria serio riesgo de desgraciarse en el lugar que estuviera.
En los tiempos en que esto le sucedía, siempre llevaba algún pañal de adulto y una muda de ropa interior en el portafolio, pues tenía sobrada experiencia en situaciones límites de este tipo y ya había pasado demasiada vergüenza.
Desde muy pequeño había conocido medicos generales, medicos internistas, gastroenterologos, nutricionistas, y de cuantas especialidades usted pida, pero su problema siempre se mantenia firme, no logrando regularizar sus deposiciones de ninguna manera.
Por supuesto - algo típicamente latino - ante la falla de la cura tradicional derivó a las posibles medicinas alternativas, pasando por la acupuntura, digitopuntura, auriculoterapia, reflexoterapia, cámara Kirlyan, reiky, entre otras, todo sin efecto.
Esa noche fue muy especial - él ya se lo veía venir - porque había pasado el día entero con esa molesta y conocida sensación en el abdomen. Tenía sobrada experiencia en esos síntomas, cuando unos retortijones impresionantes lo hacían arquearse de dolor, mientras generaba ruidos tan evidentes en su barriga, que siempre tenía miedo que los que estuvieran cerca en ese momento pensaran que él se estaba tirando flatos. ¡Y no era eso! eran los ruidos que producía su panza.
Generalmente estos episodios venían luego de una semana de constipación, y poco después de los truenos intestinales tenía clarísimo que le esperaba una tormenta de aquellas. Porque cuando venían las ganas no era cosa de pensarlo, tenía que ir si o si, o atenerse a las consecuencias. Y tal como lo suponía, a eso de las dos de la mañana lo despertó una sensación de pujo que apenas le permitió llegar a sentarse en el water.
Esta no fue una deposión cualquiera, de esas a las que estaba acostumbrado, esta mas que tormenta fue una especie de huracán intestinal luego del que, con un esfuerzo sobrehumano, algo abultado y sólido cayó al agua.
Atribuyó tan desacostumbrado malestar al asado - bastante grasoso - que con los amigos de la oficina habían comido la semana pasada en la casa de campo del "Pelusa" Perez, el Jefe de la Sección, buena gente, excelente asador y muy generoso con las porciones de sólidos y líquidos. Fue en medio de la comilona y el beberaje que Toto y el Cholo - ambos con bastante vino encima - se pasaron jodiendo con que habían visto un plato volador, ¡un plato volador... ese par de locos!, y armaron tanto lío que la barra entera - todos con abundante vino encima - se puso a buscar los famosos OVNIS en el cielo. Nadie vio nada.
Por cierto el asado - al menos para él - estaba feo, con un sabor extraño, amargoso, como pasado de condimentos. Lo había comentado con los amigos, pero nadie le hizo caso, para los demas estaba bien. Sería su paladar - estaba por engriparse - quien sabe, no le dio mayor importancia al asunto. Comió poco.
Cuando se estaba secando - después del huracán mencionado - le pareció sentir un chapotéo dentro del water, y alcanzó a ver círculos concéntricos en el agua. Atribuyó este fenómeno a alguna burbuja de aire que hubiese retrocedido por la cañería. Volvió a vaciar la cisterna y se acostó.
Al rato, cuando estaba leyendo, preso en esa modorra que da el estar bien acomodado y calentito, sintió otro chapotéo. Y otro. Y otro. Ahora si, pese al frio, se levantó y prendió la luz, intrigado. No había nada.
Le pareció ver una pequeña mancha amarronada en el fondo de la taza, groseramente redonda, pero no eran raras esas apariciones en su inodoro. Estaba muy cansado para limpiarla y mañana sería otro día. Se volvió a acostar y apagó la luz.
Al despertar, lo que lo dejo preocupado fue una línea de agua que bajaba del water, salía del baño, recorría un caminito hasta los pies de su cama - notó mojado y arrugado el borde de las sabanas, como si se hubiesen refregado en ellas - y de alli el caminito mojado pasaba al comedor. Lo siguió atentamente y, aunque ya estaba casi seco en el tramo final, pudo ver claramente que había pasado por la cocina y salido al patio por debajo de la puerta. El rastro por fin se perdía al secarse en los baldosones del fondo, ya en dirección al jardín.
Recordó la manchita persistente en el fondo del water, y por algún motivo sospechó alguna relación con los fenómenos que estaba viviendo, por lo que fue a ver. Pero ya no estaba. En su lugar quedaba un pequeño circulo de puntos oscuros que, mirandolos de cerca, a su vez eran redonditos, como ventositas.
Nuevamente en el patio, intentando entender lo sucedido, sintió ladrar los perros del vecino, y los pájaros de los árboles cercanos levantaron vuelo alarmados.
Pasó todo el día pensando en esos asuntos.
Para colmo, la noche siguiente fue muy similar. Nuevamente tuvo unos retortijones impresionantes, y si no se hubiese apurado, seguramente enchastraba el dormitorio. Después de defecar vació la cisterna cuatro veces para asegurarse, pues estaba muy desconfiado. Y al amanecer empalideció al ver otro caminito de agua con el mismo recorrido que el anterior. Esto lo desequilibró mentalmente.
La noche siguiente y muchas más intentó conciliar el sueño tomando te de tilo, pero no pudo. Luego pasar días de insomnio, terminó llendo al Psiquiatra de la empresa, quien luego de escuchar su historia atribuyó las "fabulaciones" que sufría al exceso de trabajo y al stress, cerrando la consulta con una semana de descanso y medicamentos psiquiátricos fuertísimos. (Al salir, por el reflejo en los vidrios de la puerta, notó que el galeno lo miraba realmente como a un loco, moviendo la cabeza hacia los costados.)
Cada madrugada se le hacía interminable, siempre de ojos abiertos a la espera de nuevos acontecimientos, pero no se repitieron esas experencias. Con el tiempo la angustia cedió, logró superar los nervios y su vida se fue normalizando.
Varios meses después de estos extrañas acontecimientos, cuando ya casi había olvidado todo, sucedió lo más increible.
Una mañana salía apurado para el trabajo y se tropezó en la puerta con un par de paquetes prolijamente envueltos para regalo, que alguien había dejado en el porche por la noche, junto a la entrada principal. El envoltorio estaba húmedo. Sobre las cajas habían dos tarjetas - tambien humedecidas - donde se leía escrito con perfecta caligrafía:
"¡Feliz día!"
Quedo totalmente desconcertado, no podía entender lo que estaba sucediendo.
Artemito es un hombre solitario, solteron, sumamente lógico, con una rutina de vida estricta que raramente rompe, y estas cosas lo desequilibran terriblemente. La falta total de lógica en lo que estaba viviendo lo dejó como un autómata con las tarjetas en la mano, sin atinar a hacer nada, quieto.
Y complicándole mas las cosas, en ese momento descubrió dos caminos de agua - mucho mas gruesos que aquellos que había visto al inicio de todo - que llegaban hasta la puerta y luego volvían hacia la calle.
Era todo tan raro que para no enloquecer, decidió centrar sus pensamientos en los asuntos de mas fácil solución, para luego seguir profundizando en búsqueda de respuestas. Por ejemplo: ¿Feliz día de que?.
No era su cumpleaños, vivía solo, no recordaba que fuera alguna fecha importante para la empresa... ¿que día sería?. Fue a mirar el almanaque.
No tuvo que buscar mas por respuestas, porque alli si entendió todo, y pese a lo extrañísimo, a lo bizarro, a lo ilógico, al mirar la fecha las fichas calzaron en su cabeza, y Artemito no pudo reprimir el sentirse lleno de cariño, pleno de satisfacción, envuelto en un sentimiento de orgullo que él nunca había sentido:
¡Era el Día de las Madres!.
-------------------------------------------------- Costa de oro, junio 2004
|