Lo divino a veces no es tan divertido. Es como esa música sacra que aparece en el radio y le cambiamos. Pero si escucháramos con atención, podríamos notar que esas voces son misteriosas. Y muchas preguntas vienen a nuestra mente. Parece venir de otro mundo esa música. Tiene una perfección asombrosa, pero no es algo agradable. De hecho, si nos fijamos mejor, empezaremos a dudar si esas voces tan perfectas, de apariencia extraterrestre, son buenas o malas. La música que nos hace mover el cuerpo, esa con la que nos gusta despertar para salir a trabajar con entusiasmo y ver las flores y los arbolitos, no tiene nada de eso, no tiene ningún misterio. Así también ocurre con libros como los de Bukowski, que están chidos y todo lo que quieras, que te hacen reír y te muestran una realidad con la que te identificas, pero no tienen ese misterio que tiene por ejemplo una biblia. La biblia nos dice por qué usamos ropa y por qué hablamos distintos idiomas, nos dice cómo fuimos creados, y explica con nombres propios las estirpes del género humano, los años que vivieron, entre otras cosas, con una exactitud que bien podría ser inventada, que bien podría ser un montón de patrañas, pero que no deja de ser poderosa. Y es ese poder que no estamos acostumbrados a ver en las personas comunes lo que nos hace pensar en Dios. Quién de todos esos que aman la vida y dicen que la biblia fue escrita para controlarnos por un grupo de judíos charlatanes, sería capaz de escribir algo, ya no digo algo bello, perfecto y poderoso, sino siquiera algo. |