El sol brillaba por fin tras un largo y duro invierno…las nieves comenzaban a retroceder, empapando la tierra de agua y preparándola así para un nuevo ciclo de floración. Solo las altas cumbres se resistían a separarse del frío invernal pero incluso en aquellas inhóspitas laderas, allí donde el sol ya ganaba su batalla, unas hermosas florecillas abrían sus pétalos al calor primaveral, tan blancas como la nieve que las rodeaba y protegidas de los últimos fríos por una suave capa de pelusa.
En lo mas profundo de los bosques, pequeñas y valientes margaritas asomaban al mundo dando el primer toque de color a la primavera, en los almendros podían verse ya los primeros capullos florales y las siempre verdes hiedras brillaban con el rocío matutino como si de esmeraldas se tratasen.
Un fantástico olor a humedad lo invadía todo y el mundo entero reclamaba revivir un año más.
Entre las ramas de los altos pinos rollos asomaban diminutas y curiosas ardillitas…asomándose por vez primera al gran mundo que se extendía mas allá de la seguridad del hueco en el árbol que las había visto nacer.
Pequeños pajarillos revoloteaban entre los árboles en parejas, inmersos ya en el eterno juego del amor, haciendo cabriolas en el aire y llenando el mundo con sus inagotables canturreos.
Las ciervas mostraban al mundo a sus retoños tras un largo embarazo y las cerdas salvajes iban a la cabeza de una larga fila de miniaturas ralladas que gritaban y se revolcaban en la húmeda tierra como si el recreo hubiese llegado al fin.
El mundo entero clamaba a la vida en el comienzo de un nuevo ciclo, donde solo aquellos cuya fortaleza les ha permitido subsistir un invierno más reclaman su derecho ganado a vivir.