Capítulo 17: “Viento en Popa a Toda Vela”.
Nota de Autora: El título del capítulo pertenece al segundo verso del poema “La Canción del Pirata”, el cual ha sido vuelto canción por Tierra Santa, me pareció apropiado por la huida de los protagonistas. El nombre “Perle Noir significa Perla Negra en francés, en honor al barco de POTC. ¡¡¡Comenten!!!
-¿Qué demonios pasó anoche?-preguntó Esperanza en voz alta, apoyando la mano derecha en su cabeza para amortiguar el mareo, más obtuvo nulos resultados.
A veces la memoria humana falla y sobremanera, en especial cuando el olvido es ayudado por el alcohol. Arturo dormía su borrachera aún, menos acostumbrado que Esperanza a beber se había echado al coleto tres botellas de ron, una de cerveza y un inocente vasito de vino para pasar la carne. Nadie aseguraba que fuese a despertar después de semejante juerga.
Espe había bebido en la misma medida, sin restricción alguna, pero al menos tenía experiencia cuando su madre se ponía sentimental y la obligaba a beber junto a ella para “ahogar las penas en alcohol”, el licor elegido dependía del dinero que Esperanza hubiese traído a casa tras horas y horas de tocar en la Plaza o el Paseo Peatonal y de vez en cuando tomar un par de latas de cerveza. Ese era el motivo por el cual era más resistente a la bebida, a pesar de que la “caña” hiciera mella en su malograda cabeza y en su pobre y frágil cuerpo.
-¡Qué jaqueca!-exclamó Arturo.
-¿Qué demonios pasó anoche?-repitió Esperanza, un poco mejor que el que recién había vuelto a la dura y dolorosa realidad.
Entonces un montón de imágenes de volvieron a la cabeza, entremezcladas, obligándola a pensar y eso conllevaba obligatoriamente un horrible dolor de cabeza.
Después de cenar, la camarera había vuelto a la mesa en la que se encontraban comiendo los tres y el trasandino les había hecho el “favor” de invitarles a una botella de ron. Para el puritano Arturo ya había estado de lujo con una diminuta medida de vino, pero Espe necesitaba algo más fuerte así que aceptó y así “corrió” el ron toda la noche, junto con la cerveza. En el intertanto habían aprovechado de pedir víveres en cantidades industriales, no sabían cuándo volverían a tocar puerto. Y así se les pasó la noche, bebiendo hasta la coronilla, hasta el hartazgo, momento en el cual se quedaron dormidos en la… ¿mesa?
-Let me pass, I need to do the housework-pidió la camarera.
-¿Qué dijo?-preguntó Arturo, quien de inglés no tenía ni idea.
-Pidió que la dejásemos hacer el aseo. ¡Córrete, maldita sea!-dijo Esperanza con la voz pastosa por todos los brebajes consumidos la noche anterior.
La encargada de la limpieza les miró con lástima, siendo tan niños aún, ya se habían emborrachado de forma monumental. Esperanza se puso de pié y casi fue a dar con sus huesos en el suelo, para luego caminar de forma bamboleante por todo el comedor hasta dar con una grada en la cual sentarse junto a Arturo, quien tuvo que arrastrarse hasta ahí al no poder mantenerse más de dos segundos parado.
-¡Despertaste al fin! ¡Tenés que ir a ver vuestro barco!-les soltó el trasandino al volver.
No, definitivamente no, no era ese el día de suerte de ninguno de nuestros dos queridísimos protagonistas. Además de haberse cogido doña borrachera, ahora tenían que caminar media isla para ir hasta su barco que estaba en problemas. Espe ya se hizo la idea de que tendrían que pelear. Apoyaron sus brazos sobre el cuello del trasandino e iniciaron un desequilibrado camino hacia la única salida de “The Mermaid’s Bay”. Al llegar hacia afuera, el viento fresco les congeló el rostro, obligándoles a despertar súbitamente en parte de aquella espantosa borrachera.
Entonces agradecieron en todos los idiomas, a todas las deidades y leyendas, simples mitos originados en el tiempo para el tiempo, que el hombre viniese en auto. No hubiesen sido capaces de caminar todo eso para ir a buscar a su barco que de seguro estaba o confiscado o para remate. Y si hubiesen logrado caminar todo eso, nadie aseguraba que llegasen antes de un mes, si es que no dos.
Iniciaron el trayecto en el asiento de atrás, mientras que el trasandino conducía a una velocidad prudencial, a la velocidad debida cuando se lleva detrás a un par de borrachos ad portas de devolver el estómago en cualquier momento.
-¡Maldito! ¡Que a la otra me salpicas toda!-gritó Esperanza.
El argentino hizo todo lo posible por detener el auto lo más despacio posible, pero lo único que logró fue una detención brusca, un chirrido de neumáticos y tener a todos los ocupantes del vehículo chocando contra el cuerpo que tuviesen más cerca de todos los que estaban adelante.
Una vez que hubo detenido completamente el vehículo, dio vuelta la cabeza sólo para toparse con un montón de… ¿vómito? Y a Arturo tan verde como un limón.
-¡Abajo! ¡Bajáte!-le dijo el argentino a Arturo y tras apearse del auto abrió la puerta del muchacho para ayudarle a bajar.
El chico pasó su brazo izquierdo por el cuello del tipo, quien le sostuvo de la cadera para bajar. Pudo poner los pies en polvareda, pero tras pisar tierra sus rodillas se doblaron, estando ad portas de caer y su estómago aprovechó el momento para vaciarse casi por completo.
-Tranquilizáte-le dijo el argentino.
Luego lo ayudó a caminar hasta el río que pasaba por la taberna y allí el muchacho se vació por completo. Esperanza llegó por detrás, sin importarle que el rocío matutino le lavara el rostro, que el hielo se transformaba en agua en su cara y la congelaba.
Cuando ya no hubo nada más que devolver, el trasandino volvió a su auto en busca de algo que de seguro los despertaría y bien. Antes de que el muchacho cayese, a falta del tipo en el cual se estuvo apoyando todo ese tiempo, Esperanza lo afirmó de la cintura e hizo que apoyara el brazo en su hombro para así poder andar el pequeño trecho que les separaba de la roca en la cual el chico podría sentarse. Una vez que llegaron, ella lo ayudó a tomar asiento y se devolvió hacia el río. De su morral sacó una botella, nunca nadie supo de dónde salió ese botellón de vidrio como para llegar hasta su bolso, pero eso da igual, y la llenó de agua, agua cristalina y pura que corría vertiginosamente por ese camino recorrido una y otra vez.
Una vez de regreso se acuclilló junto al chico y le humedeció el rostro. Los ojos le giraban enloquecidos en sus cuencas y estaba locamente pálido. Luego le ordenó que se enjuagase la boca y bebiese un poco de agua. Cuando volvió la vista hacia Arturo, tras dejar el botellón en el pasto-musgo, lo vio palpándose compulsivamente el vientre. “¡Por Dios, cuánto duele!”, pensó el muchacho justo antes de liberar un gemido de dolor. Esperanza no se hizo de rogar y, tras sentarse junto a él, comenzó a sobarle el estómago. Extenuado, el muchacho dejó caer la maltratada cabeza sobre el hombro de Esperanza, quien lo atrajo hacia sí con el brazo. Y así permanecieron un buen rato, quietos…
-¡Volví!-anunció el tipo acercándose a ambos.
-Ha pasado tanto tiempo que comienzo a creer que eres un fantasma. ¡¿Acaso te viniste contando las piedras?!-ironizó Espe, furiosísima, con la mano aún en el vientre de Arturo.
-Tomá ésto-indicó el tipo entregándole una taza de café hirviendo.
Con mucha fuerza, Esperanza logró enderezar a Arturo. Luego le apartó los cabellos humedecidos en sudor del rostro y le colocó la taza en los labios.
-Tómalo, te sentirás mejor-le afirmó.
El muchacho, obediente como sólo él sabía serlo, abrió los afiebrados labios y comenzó a beber. Las mil sensaciones que aquel líquido hirviendo produjo en su boca y luego en su estómago son indescriptibles, pero bastaron para despertarlo.
Cuando Esperanza vio que él estaba mejor, tomó el resto de aquel café hirviendo, que de más está mencionar estaba cargadísimo.
Luego de espabilarse, los tres subieron de nueva cuenta al auto y se dirigieron a toda velocidad al puerto.
Lugar al cual, al cabo de unos minutos, llegaron. La niebla se extendía más allá del umbral del horizonte como un enorme mar, más grande que el océano que se azotaba a sí mismo contra las costas de Gran Malvina. El frío le congelaba la cara hasta a su mismo aire, todo se volvía hielo a su paso, como queriendo conservar ese momento. El viento soplaba fuertemente, hasta el punto de pegar la maleza contra el suelo, contra la roca, como una profecía que le advertía que nunca podría llegar más alto que los demás por su poco valor, por mucho que se estirace.
Y allí, a los pocos metros del muelle, estaba el precioso Rosa Oscura con su rosa marrón al frente y sus faroles por detrás, sus velas ajadas, su timón aclarado, su casco profundo. Eso era lo que habían venido a buscar aquella fría mañana en la que la caña hacía mella en ellos. El auto rojo en que viajaban se detuvo esta vez con mayor suavidad que en la parada hecha en la rivera del río. Se podría decir que nadie lo sintió, ni siquiera las gaviotas que volaban graznando sobre él, haciendo escuchar sus voces, pero no su significado. Tampoco habían sido oídas por los pingüinos ni las focas que hacían su vida normalmente en los roqueríos.
Mucho menos la gente presente les había dedicado una miserable mirada, mucho menos una palabra por estúpida que fuese. De pie en el muelle en que estaba atracado el Rosa había una multitud de hombres y mujeres vestidos elegantemente, con abrigos de piel, pantalones de tela y ropas muy finas. Todos cuchicheaban y llevaban un maletín o cartera que estaba por estallar, aunque fuese muy grande. Un poco más cerca de aquel bello navío estaba el pódium sobre el cual se ubicaba el martillero, ataviado con terno, pantalón negro de tela y elegantísimos zapatos negros de marca.
Al parecer ya había terminado la primera etapa de la subasta y a juzgar por las caras furiosas de los asistentes y del martillero, había sido un completo y rotundo fiasco. Si las cosas no mejoraban pronto, aquellos adinerados y adineradas tendrían alojada entre oreja, ceja y molleja, la idea de que todo eso era una estafa y de las mayores.
-¡Estamos de vuelta, en la subasta de este espléndido navío!-dijo el martillero tras tomar unos sorbos de agua, logrando así callar a la ruidosa multitud-. Para que os animéis a dar vuestras mejores apuestas os relataré una breve historia de este maravilloso bajel. Fue construido para un mercader francés en la flor del siglo XVIII, pero éste se aburrió de la vida honrada y pobre, así que dos años más tarde de obtener la goleta puso proa a Isla Tortuga. Desde entonces ese barco navegó bajo el nombre de “Perle Noir” hasta que lo capturaron en Valparaíso y fue ahorcado en dicha ciudad, pasando el navío al haber de una familia de anticuarios. El miembro más reciente en línea directa de aquellos coleccionistas decidió subastarlo en Talcahuano a falta de dinero y ahí lo robaron dos piratas, sí, sorprendeos, sólo dos y adolescentes, quienes más tarde le cambiaron el nombre a “Rosa Oscura” y atracaron aquí.-Los murmullos reiniciaron-. Pero no os preocupéis, como deber nuestro, debemos subastar todo navío sin dueño claro y el afortunado que lo adquiera podrá ver con sus propios ojos cómo lo inscriben en los registros internacionales de navegación. Ahora, ¿os animáis?
-$20.000-fue la sorprendente apuesta de uno de los hombres presentes.
-En realidad vale más, las jarcias son de cuerdas nuevas y la cabina de mando es muy espaciosa-regateó el martillero.
-$30.000-chilló una mujer un poco más lejos.
Mientras tanto, nuestros protagonistas miraban la situación completamente pasmados. Arturo daba gracias a Dios porque el trasandino les hubiese avisado, pero aún así le rogaba desde lo más interno de su alma que le perdonase por haberse emborrachado y que le iluminase el camino para encontrar un plan de acción que no incluyese un futuro delito o crimen. Por su parte, Esperanza, siempre más resuelta que su compañero de travesía, decidió hacer algo.
-Tenemos que hacer algo-dijo una vez que estuvieron abajo del vehículo.
-¿Qué podemos hacer si estamos completamente borrachos? ¡Dios mío, perdóname!-contestó Arturo.
-Podemos echar a andar al barco por detrás de ellos…-dijo ella.
-Yo les ayudaré a hacer eso-declaró el trasandino.
-Perfecto, y luego nos detendremos más al norte en busca de víveres-dijo ella.
Así, seguida por Arturo y aquel tipo algo extraño se dirigió a hurtadillas al navío. Una vez dentro el trasandino no perdió el tiempo y lanzó unas monedas de oro puro a la bodega y dejó una nota.
-¿Qué demonios haces?-inquirió Esperanza-. Deberías ayudarnos a armar los aparejos en lugar de perder tu maldito tiempo.
-Ya entenderás-replicó el otro.
Así que, subieron las escaleras que conducían a la cubierta principal y comenzaron a armar el aparejo y… a mover mucho las jarcias y los cabos…
-¡Atención! ¡Allí atrás! ¡Se mueven los cabos! ¡Se van a robar el barco!-gritó la misma mujer de la apuesta.
En ese momento, Esperanza decidió hacer acto de presencia en la borda y dedicarle unas “bellas” palabras a aquella concurrencia que pretendía hacerse la América a costas de “su” navío.
-¡¿Cómo demonios me voy a robar este navío si es mío?!-le replicó a la mujer de solvencia.
-Son los piratas de los que os he hablado-dijo el martillero con la misma parsimonia de siempre-. Caballeros, abrid fuego.
Esperanza, al ver las balas de armamento variado que se dirigían hacia su bajel y hacia ella y su gente, lanzó al suelo a los dos hombres que la acompañaban y bajo a las volandas la escalerilla que dirigía hacia la bodega, no sin antes dejarles su Haenger y su pistola a los dos. Necesitaban armas, municiones, todo urgente. Una vez que hubo abierto la puerta su estupor fue enorme: Allí estaban todas las provisiones que la noche anterior habían comprado antes de adquirir como un pack a su borrachera. Pero no se dio tiempo para desmayarse y hacer un papelón de proporciones. Su Rosa Oscura estaba ad portas de ser abordado por caballeros y damas de sociedad que lo querían para su colección, se lo disputaban entre ellos, y ella no se los iba a dar de premio de feria. Cogió todas las armas que cupieron en sus manos y en sus brazos, su cinto lo llenó de municiones, aunque después de eso le disparasen y volase por los aires, por el mar que ahora era su hogar.
Subió velozmente la escalerilla y comenzó a disparar de la flecha. Entre muchas cosas que había aprendido en la madre calle estaba a disparar con puntería inigualable con el arco y flecha.
Hirió a cuanto se acercó al bajel. Pero, cuando iban a abordarlo sin remedio, sucedió lo inesperado. Los cabos comenzaron a moverse solos, las jarcias se tensaron, el velamen se izó, la Jolly Roger se irguió en lo alto del mástil mayor y la proa se puso hacia el noroeste.
-¡Ese barco está embrujado!-gritó toda la concurrencia.
Y mientras todos huían del muelle, el Rosa Oscura se alejaba más y más, con sus tres pasajeros a bordo. Esperanza subió al puente y tomó el timón bajo a su poder. Sintió una energía extraña que le otorgaba el mando del navío en sus manos y viró con más fuerza. En Gran Malvina sólo se vio la popa del Rosa aquella vez.
-¿Qué podemos hacer para mostrarle nuestro agradecimiento?-inquirió Arturo al trasandino.
-Lleváme a Brasil-contestó el otro a su vez, a lo que Espe contestó enérgica: “¡Rumbo al Brasil!”.
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