Sencillamente esto es así, muchas veces lo simple se haya en lo complicado. Una tormenta de sospechas da comienzo a la casería, una ira generalizada emerge volcánica, insultos que desajustan cualquier balanza, aunque la acusación debería proclamarse antes que la propia virulencia, pero el poder de la justicia se suma a los caprichos de la turba.
Presiento que cuando su cuerpo gire, lo habrán de atacar por la espalda hasta darle muerte.
Sin embargo temen la mirada del cordero que por nada entiende lo que sucede, su aliento expulsa la cena del día anterior, es inocente pero igual tiembla de temor.
La vara injusta que aplican sin culpa, es la misma con la que escriben las leyes, con tinta de bilis del dictador, con letras de imprenta todas torcidas.
En realidad, por el momento, nadie entiende bien, que los une, el porque están tan embriagados si nada han bebido, aunque por el dinero que sobrevuela sus cabezas aparece la intuición de repente, y entonces ninguno desiste aunque suene una fuerte campanada de la catedral pidiendo clemencia, por lo visto, nadie podrá aflojar hasta ver el cadáver tendido en el piso, están sedientos de venganza, son transparentes como un libro abierto, brutos hasta decir basta, la inteligencia brilla por su ausencia, aunque fuera el propio Jesús, jamás detendrán el objetivo éste de mansalva.
De seguro algún día han de formar una nueva casta social, y por ello ahora asechan cada vez peor, no vaya a ser que escape del anzuelo. Y el otro no huye ni esquiva.
Hasta que al final le asestaron el primer cascotazo, una baldosa desprendida de la vereda, quedando de rodilla el pobre, intentando poder volver a escuchar la briza que sopla.
No obstante sus oídos sangran, un policía exige explicación de lo sucedido. Él, tartamudeando, dice que no sabe porque lo castigan.
Pero ahora, una vaya de acero aterriza sobre su lomo, golpeando de lleno: Cabeza, huesos, órganos, carne, piel, y extremidades. Cuerpo maltrecho que yace resignado, pero aun aferrado al hilo que le queda, como mirando al cielo, sin duda su nuevo hogar, en busca de ayuda.
Abre su mano de donde rueda una moneda.
Alguien ocurrente grita ¡Allí tiene su celda portatil! Cárcel que se desliza con los barrotes ensangrentados sobre uno de los costados.
Pero del cielo celeste, suena un rayo tremebundo, apareciendo de la nada un ángel, que viaja con prisa a querer socorrerlo.
Parecía tarde, pero en pleno vuelo el desgraciado recupera la integridad del alma. Y el que estaba muerto ahora sonríe de felicidad. En contrapartida pudiendo ver al pueblo gozar de lo sucedido, queriendo más de lo misma barbaridad. |