El egoísmo de los hombres ha provocado mi destrucción. Ansiosos de mi caída arrasaron todo a su paso y en mí sólo dejaron un rastro de humo y cenizas. El fuego con el que han consumido todo no ha sido sino el remedio a mi fuerza. Desde tiempos antiguos, desde la era de hombres primitivos y hoscos, la humanidad ha cedido ante mi naturaleza. Vueltas tras vueltas, poniente tras poniente, la idea de enfrentarme los había atormentado eternamente. Agrupados bajo la sombra de una misma intención esos hombres confabularon una idea, que inevitablemente fue el reactivo a mi fin. El fuego es a lo que más temo. Las llamas abrasadoras del conocimiento usurparon mi hondo estado de misterio. Quedé atrapado entre los muros de la verdad, y el estremecimiento muy pronto afectó el nervio que me sostenía. Ahora mi chamuscado cadáver yace a la orilla de un lago. Los restos han desaparecido por efecto de los insectos que es otra especie de calamidad después de la muerte. En consecuencia la humanidad sobrevive a otro siglo. El primer día de mi ausencia ya se siente el resplandor de alas migratorias, arqueos de iniciales ángeles. Ante la inmensa tranquilidad que rodea todo, los hombres se preguntan cuánto puede durar todo hasta que yo vuelva a nacer. Pero nadie responde. Se han olvidado de cada uno de los signos de la vida. El terror repentinamente desaparecido acaba con su puro conocimiento.