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BUSCANDO UNA AMIGA

Esperaba el “Burro” (así nombrábamos al ómnibus de la universidad) para volver a casa. Era una tarde asoleada, con algo de viento, que se dejaba sentir más claramente en la explanada cercana al Pabellón de Letras de la UNMSM, cuando la vi por primera vez: delgada, de caminar algo felino, cabellos largos, lacios, nariz levantada; Vestía de verano, un vestido descotado, floreado, sencillo fresco y bonito a la vista; calzaba sandalias blancas. La quedé mirando hasta que se perdió de vista.
Pronto llegó el ómnibus de la universidad y tuve que enfrascarme en esa titánica lucha diaria de lograr abordarlo, sea por alguna de las dos puertas, sea por alguna de las ventanas, según los usos y costumbres de la época.
Hasta llegar a casa, la fui pensando: era agradable.

Ahora, a través de años pasados, no recuerdo exactamente cuanto tiempo paso: unos días, unas semanas… no se; pero de pronto, estando en una clase de Lógica, al pedir el catedrático un voluntario, ella se puso de pie y se acercó a la pizarra.
Tampoco recuerdo que fue lo que expuso, no la “miraba”, sólo recordaba la primera tarde que la vi.

En alguna de las siguientes clases, se sentó a mi lado. No me había percatado que era ella, pues seguía ensimismado en garabatear, con algún dibujo sin idea, la pasta de un mi cuaderno; sólo cuando me dirigió la palabra, con una voz de características para un resfrío, preguntándome algo (que tampoco recuerdo), fue que al mirarla, quedé gratamente sorprendido de tenerla compartiendo conmigo ese largo pupitre.
De ahí a llegar a ser amigos, fue igual que esperar que las nubes cargadas dejaran caer sus fluidos sobre la Tierra: inevitable. Nos fuimos conociendo más, llegando a confiarnos nuestras respectivas vidas: ella, narrándome sus días de chica formal y de su casa y yo, contándole de mis buenos comportamientos y andanzas cuasi santas. Así, paso a paso, experimentamos esa maravillosa transformación de convertirnos en amigos.

Con el transcurrir del tiempo, nuestras vidas siguieron cada una su rumbo, una veces de lejos, otras de cerca. Ella asistió a mi boda, yo asistí a la suya.
A veces eran largos los periodos sin saber mutuamente de nosotros, otros eran cortos; pero cada, digamos, “re encuentro” era motivo de regocijo por el simple hecho de volvernos a ver, o de tener la oportunidad compartir algún viaje o actividad, o de sólo volver a caminar las calles y lugares y momentos que otrora recorrimos, como ese de… llegarnos a la Av. Emancipación y compartir 50 centavos de camote frito.

El tiempo no es indiferente, y ahora los años, entre las dos acumulados, pasan fácilmente el siglo: muchas hojas han dejado caer los árboles; muchas nubes han sido transeúntes en nuestros cielos; muchas lunas han sido llenas y muchas otras se han vuelto nuevas, pero esta amistad, sincera y valedera, no ha cambiado: la sigo considerando y recordando como desde el primer día. Además, del rinconcito en que vive en mi corazón, tiene el título de propiedad.

No se si éste será uno de los periodos largo o corto de no vernos, pero hace un tiempo que no se de ella y no ha respondido ninguno de mis últimos“1523” correos electrónicos, así que, si de mi amiga sabes algo, o si la ves, dile que cada día elevo una oración por ella.

Texto agregado el 29-09-2012, y leído por 166 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
29-09-2012 La amistad entre un hombre y una mujer... ¡existe! Lo vivo y es verdadera. Que mis ***** iluminen el camino para que puedas volver a verla. mahanaim
29-09-2012 Muy bien narrada la historia de un amor escondido. elpinero
 
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