Octavio Paz : La Calle
Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.
He decidido llegar al final del asunto, no una pistola, no la horca: doble dosis de mataratas y dos copas de ron para celebrar la partida. Salgo al abismo de la noche, mi gabán es demasiado largo y mis intenciones demasiado negras, y por tanto esta calle que me invita a sus tinieblas, es solo el marco perfecto para mi agonía. La boca esta seca, los pasos son cada ves mas lentos y el pulso mas rápido. Oteo la noche, y ésta se pierde en el silencio de la avenida sin fin, que se estrella en mi rostro. Caigo.
El sonido se distorsiona, desaparece en esta piedras rodantes que golpearon mi cráneo, insólitos crujidos de las hojas revoltosas de un otoño lejano le siguen. Alguien ve mi muerte, no estoy solo en esta despedida, sus pisadas siguieron al sonido de mi cuerpo convulso, de mi boca espumeante, de mis ojos que buscan los suyos, los últimos, los veo: Nadie.
He alucinado, maldito veneno, que no nos protege de esa plaga inmunda que pulula en los basureros y menos aun de nuestra propia existencia. Me sacudo, las hojas ya no suenan, las piedras rebotan en el asfalto, mis pies son ligeros mi corazón enmudece, y el viento de la noche me transporta. Deseo volver, doy la vuelta a la esquina, a la esquina, a la esquina y a la esquina. Hay alguien en el suelo. Miro sus ojos expirantes, sus ojos de despedida, sus ojos secos de espejo roto. Me susurra: Nadie.
Lo demás es obscuridad. |