Podría escribir una saga completa tan sólo basándome en tus ojos, en su inmensidad inabarcable, en su leve forma avellanada, en los escalofríos elevados a la séptima potencia que me provocan, o en el cielo que reflejan incluso cuando los clausuran por atentar contra la verosimilitud. La historia de la literatura está sobrepoblada de versos sobre ojos, de poemas sobre miradas, de un destello desde el otro lado del metro que podría haber cambiado el rumbo del mundo o directamente destruirlo, pero todos esos ojos son piedras arrumbadas cuando uno encuentra su propio par de ojos, su propio faro, su propio centro. Entonces ya nada vuelve a ser igual y esa mirada, de tan potente, ni siquiera puede ser reconstruida: apenas se puede evocar desde lo lejos, tan sólo bordeándola, como un mero destello en la noche del campo, como una pavesa, como un guijarro, como un dibujo a lápiz sobre papel de envolver, humildemente.
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