Mientras lavaba su cara para espantar el sueño que tenía, ella se quedó observando el chorro cristalino que brotaba del grifo. Hermosas imágenes se formaban cuando el agua caía desbordante de alegría y descansaba en la parte profunda del lavamanos, antes de escapar por el ducto que la llevaba al desaguadero. Angelina estaba impresionada por la nitidez de lo que veía. En todos sus años de vida, jamás, había observado que el agua dibujara figura alguna.


Miró por la ventana y notó, allá lejos, unas hermosas nubes que decoraban al cielo. Ella nunca había visto grabados más gloriosos que los esculpidos en ese instante. A veces parecían ángeles que se columpiaban en el espacio infinito y que la llamaban; otras veces se dibujaban caras familiares. No obstante, muchos rostros le eran ajenos.


Entrecerró sus ojos y, finalmente, escuchó la voz de su madre que la llamaba a gritos, suplicante:
- ¡Hija, despierta! Si apenas hace un rato lavabas tu rostro, con pereza.
- ¡Esto no puede estar pasando!


En ese preciso momento, un oficial que se encontraba en el sitio - reportando el accidente - explicaba a su familia:
-Hubo un asalto en aquel puesto de comida rápida. El taxi que trasportaba a la joven pasaba en ese momento y quedó atrapado entre el fuego cruzado. Una bala le atravesó el cráneo.


La cara de Angelina descansaba sobre el vidrio del auto mientras su hermoso rostro parecía que seguía a una luz, donde el infinito y su vida se transformaban en uno. Era como sí aún tratase de cazar grabados esculpidos en el cielo.


La nube blanca
en el celeste cielo…
esas palomas.