Ella tenía la fascinación por la libertad como pocas... Poseía la costumbre de hablar con el viento, de sentirlo, de tocarlo. Hubo varias noches que se durmió en el banco de piedra del jardín, bajo el viejo Retamo del que brotaba ese olor tan especial y dulce, mirando a las estrellas como a la espera de un milagro. Le gustaba todo lo que oliera a intimidad y silencio...
Ya no recordaba donde terminaba el enorme caserón. Los años lo fueron convirtiendo en un ser extraño, en donde cada habitación era ahora un mundo aparte de otro, de una enorme estructura conectada.
De tanto en tanto, como en un juego de nunca acabar, vagaba por la casona y recorría las descoloridas paredes con esos ojos que alguna vez fueron bellos, como buscando a los fantasmas que recorrían las habitaciones vacías o se deslizaban de mala gana por entremedio del raído papel tapiz.
Uno a uno, como las hojas de un calendario, se fueron todos. Unos se mudaron, otros se murieron, hasta quedar sola en los bolsillos del tiempo que se anclaban a los rincones polvorientos, en los huecos de una tabla o en las grietas de los espejos. A veces se preguntaba por el pasado de opulencia del que quedaba poco rastro, o se detenía en frente del espejo oxidado del vestíbulo y miraba su reflejo cuestionando al silencio si éste sabía por dónde habría ido su juventud. Ya no quedaba ni el rastro de sus perlas. Y las horas sólo eran un engaño para la llegada del nuevo año que venía y una burla para el que se quedaba en sus huesos.
Su única salida era cuando comenzaba la temporada de Óperas. Entonces se arreglaba, se maquillaba las descoloridas mejillas, se peinaba el encanecido pelo y usaba el viejo atuendo de noche de estreno. Vestida así, parecía que se transformaba en un esbozo de aquello que pudo ser. No era viuda, y no le faltó la oportunidad de ser quien no quería. Sólo hizo aquello que todas negaron: vivir!. Vivir intensamente la vida y el amor.
Ahora era la eterna Señorita; compañera de tantos, respetada por muchos y perdida entre los recuerdos de fiestas y carnavales. Con los ojos aún llenos de sueños y dispuesta a cruzar alguna noche el puente que la liberaría de la cárcel de su anciano cuerpo.
Fin
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