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El hombre iracundo negociaba su paz. En el muelle la tempestad había despedazado las embarcaciones y hecho estragos en la costa, pero el hombre iracundo soportaba todo esto. Se acercaba a cada uno de los pocos hombres embocados en trajes para el agua y ofrecía un poco de su paz. Nadie accedía y las negociaciones estaban deteriorando los ánimos del hombre iracundo. Ante un viejo tuerto de barba blanca y sombrero ancho de cuero ofreció más de la mitad de su paz por menos de lo que pretendió con los anteriores. El viejo miró el producto. Hizo mohín de estar de acuerdo con algo. Subió a su embarcación y trajo una oveja arrastrada por una soga que rodeaba su cuello. La degolló y le abrió la panza. Del interior del animal extrajo una moneda de oro, ensangrentada y cubierta de vísceras. El hombre iracundo vendió con una sonrisa su paz y se alejó del muelle. El sol había aparecido y una luz radiante empezaba a despejar el cielo. De regreso a casa el hombre iracundo decidió comprar una pieza de pan y no encontró la moneda en el bolsillo. En su lugar un pedazo de musgo se desmoronó en la palma de su mano. Entonces las nubes volvieron a cubrir al sol y el hombre iracundo arrojó su ira de nuevo contra los humanos. Desde hace mucho el viejo tuerto de la barba blanca negocia la paz en el fondo del mar. |
Texto agregado el 26-09-2012, y leído por 194 visitantes. (2 votos)
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