Esta historia es verídica, cualquier parecido con otra similar, ha de considerarse como una linda casualidad.
Cuando conocí a la mujer que hoy es mi esposa, Érica Potosí, y con la cual tengo catorce hijos, ignoraba por completo que el ají picante, también llamado Chile, redobla su potencialidad cuando se lo corta al medio veinticuatro horas antes de su ingestión.
De todos modos, nunca antes de este acontecimiento singular, supe cocinar ni siquiera un huevo pasado por agua, todo comprado en el almacén correspondiente y a la hora señalada, pero pese a todo, si me agradan los picantes con algo de bravura.
Resulta que salimos con la hoy mi gorda a comer unas empanadas de carne vacuna, y fue allí que la puse en un verdadero aprieto, optando por las más picantes. Previo a que ella se encontraba dispuesta a seguirme la corriente, no tubo peor respuesta que decir que los picantes le avivan los deseos de besar, siendo que la relación recién estaba dando sus primeros pasos, comienzos; y cuando digo besar me refiero a pegar los labios y lenguas en un todo perfecto. No obstante ese día nada transgresor tuvo lugar entre nosotros, más cada uno con lo suyo; atención, optando por las de humita dulce, con lo cual hube guardado la saliva en un estuche de plástico. Para que, igual temblaba de caliente cual pava hirviendo.
Entonces fue por ello que estudié todo lo posible hasta dar con ésta máxima de los ajíes picantes.
Más con la verdad en mi poder, fue que la invité a degustar unas empanadas caseras de mi propio "huerto", y la ilusa acepto sin titubear.
Tomamos abundante cerveza, y cuando estaba dispuesto a armar las empanadas, haciendo el correspondiente repulgue, fue que descorché otra de vino blanco, acompañado con soda, como para entrar directo en el tema culinario, no sin antes hacer que toque reiteradas veces el vital relleno, del cual ella ignoraba el secreto escondido, a la vez yo impidiendo que por esas cosas de la vida se lleve las manos a los ojos.
Así fue que luego de morder la primera, tuvo que refugiarse de inmediato en el baño, para apagar el incendio que tenia el pobre paladar. Más cuando salio del retrete, vino directo a querer comerme la boca, dando comienzo a el precipitado romance, que dicho sea de paso y como para terminar, fue tan vertiginoso todo como la montaña rusa que se encuentra en Nueva york.