La Niña
El sol parecía no estar en el cielo, aunque no había nubes.
Me senté a observar la llanura que no tenía límites delante de mis ojos y que parecía pintada en un blanco y negro sin lustre, casi un paisaje de Caspar Friedrich.
El réquiem de kristoff penderecki parecía brotar del suelo de la extensa planicie, mientras una brisa soplaba con un jadeo suave y cálido, que por momentos, se tornaba extrañamente helado.
Necesite acercar mi oído al piso, que sentí húmedo y frío, para escuchar una serie de murmullos como el chismerío en una feria.
El cuchicheo era sordo y misterioso.
Me costó mucho discriminar entre las miles y miles de voces que parecían hablar en secreto, una que comentó, claramente, que allá donde concluye el horizonte una niña había caído en un pozo ciego y que cuando la rescataron con vida, alcanzó a nombrar al padre. Pero que luego de comentar que desde allí abajo había visto las estrellas, especialmente una de color rojo, la niña murió. Era de día cuando esto sucedió.
Era probable que hubiese visto el planeta Marte o la estrella Antares de la constelación de Escorpio. Uno la guerra y la otra la antiguerra según los viejos griegos.
El viento, nuevamente helado, traía un extraño murmullo lejano. Esta vez, un coro de voces graves masculinas que cantaban al unísono. Muchos hombres en un solo hombre.
Era el padre de la niña tratando de explicar lo sucedido.
Cuando parecía que la voz se hacía inteligible y el misterio se revelaba, el sol comenzó a mostrarse en el horizonte.
Las voces entonces se debilitaron, se fueron extinguiendo, ganadas por el silencio.
El color explotaba de nuevo en la llanura.
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