La pintura yace sobre el tarro de metal, dentro del recipiente, lejos del pavimento, donde rueda la ciudad detrás de los ladrillos anidados, pintura blanca que quizá mañana embadurne la morada dotando de un motivo de orgullo, parcial, descansando por última vez en la tina uniforme.
Sin embargo ahora un bastón, de cuando era rengo, atraviesa la superficie formando una nueva galaxia, cercana, profunda pero efímera, pues la cerda ya casi acaricia el lomo de la bestia.
La pared ya está re contra preparada, cual espejo donde se proyecta una piel rosada, o simplemente una manzana, sinceramente lo estuvo desde siempre, porque allí descansan cuadros de mis padres ya ausentes, sonrientes, dejando formada una aureola que pronto ha de desaparecer detrás de mi entusiasmo.
Por mi parte con mis manos entrelazadas, pero radiantes cada cual con su pasado presente, revuelvo desde el fondo hacia mis ojos, mientras una gota de sudor se confunde con lágrimas invisibles que rodean mi rostro maltrecho. |