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Hay una selva perdida dentro de un niño. Y tiene hambre. Tan oscura es como la noche. Y está al acecho. Quien tropiece en sus raíces despertará al torbellino de murmullos. Y soñará con vuelos de alas como hojas. El diluvio de una biblioteca y su derrumbe.
Hay un libro. Único sobreviviente del naufragio. Y viaja como una balsa a la deriva río abajo. Como una cesta con un niño abandonado llega hasta las manos de un alma pura y bondadosa.[Las de un niño]. Que con los ojos llenos de luces imagina la aventura como un canto en una lengua desconocida.
Hay un niño. Y no sabe que le crece por dentro una selva. Como una perla que refulge escondida en el hueco de una ostra.
***
Y así empieza la historia.
El niño sostiene un libro entre sus manos mientras sus ojos corren de lado a lado, saltando entre vértigos y extraños símbolos oscuros. Los ojos brillan entonces y él sonríe imaginando una y cada una de todas las aventuras posibles. Sueña despierto con aquellos viajes legendarios. Hasta que sin darse cuenta. Los ojos se cierran. Los ojos. Y él. Ya está dormido.
[Nadie viene a taparlo con la manta, quitarle el libro bajo el brazo, acariciarlo y desearle buenas noches].
Para algunos niños las noches no son buenas. Ni malas. Simplemente son. Las noches. Y nadie quiere realmente ver en la oscuridad. Dicen. O apenas piensan. Mejor dormirse cuando la noche cae que caer con ella quién sabe al fondo de qué pozo, al paso de qué sombra. Mejor soñar. Y despertar cuando el día devuelve las cosas a sus sitios.
Para algunos niños despertar no es algo -digamos dignamente- jubiloso . Ellos volverían corriendo al otro lado así como Orfeo volverá a entornar la mirada una y otra vez hasta el fin de los tiempos mitológicos. Seguir soñando. Todo eso. Vivir de sueños. Pero entonces. Uno entorna la mirada y todo se esfuma en la claridad del día que comienza. Y nuevamente.
El niño despierta con el sol en plena cara y busca el libro que yace a su costado. El tigre en la tapa lo saluda. De grande le gustaría ser así. Se dice. Salvaje y hermoso. Lo agarra sonriendo. Y se va corriendo calle abajo. Su panza vacía urge. Y él sabe de una señora que nunca le negaría un poco de comida.
Los días en esa ciudad transcurren de la misma manera que el río que la atraviesa. Con incesantes dificultades. Y una certeza. Algo ahí huele a podrido.
Pero los días transcurren lo mismo. Y cada uno que haga lo que pueda.
Y claro. Otra certeza.
Poca cosa puede hacer un niño perdido en un laberinto como ese. Un niño. Que no tiene más que una o dos certezas. Y un mar infinito de incertidumbres y preguntas inexactas. Poca cosa. Es cierto. Pero lo hace sin planes pero a pleno. Con toda la vida que le dieron sin saber muy bien porqué.
Y ahí va. Y llega. Y come algo. Sale. Y pasa el resto de la mañana deambulando por ahí. Hace frío y de pronto. Una puerta abierta lo invita a refugiarse. Y él no duda ni un poquito en aprovechar un buen abrigo. Entra. Sin sospechar siquiera lo que significa la palabra biblioteca.
De golpe los destellos como flechas oscuras como relámpagos difusos de amenazas y complicidades. De pronto. Lo acechan por doquier. Gigantescas estanterías repletas de libros. Desconocidos. Muchísimos. Como miles de millones.
Y de golpe. Nunca se había sentido tan pequeño.
Y así va día tras día todo este invierno. Y los siguientes. Hasta que uno de esos días ha aprendido ya a leer. [Por suerte siempre aparece alguno dispuesto a compartir conocimientos]. Y ahí está ahora. Sentadito. Explorando con los ojos tantos mundos que se siente de repente como si él mismo fuera un universo.
Y así los días pasan los años. El tiempo. Los libros. La calle. Y el niño va creciendo y entonces. Un día descubre que no quiere más. La calle. Un día. Se dice. Es suficiente. Un día. Un brote le crece dentro. Un brote. O una especie de mensaje. Algo le dice. Urgente. Ahora. Es necesario encontrar raíces.
Y abandona de imprevisto la ciudad.
***
El río es sinuoso como el destino de los hombres. Y asimismo corre en una sola dirección. Tan sólo se desvía acaso para esquivar alguna cosa. Pero sigue en frente. Siempre. Encuentra el camino más corto, el más directo. Para disolverse en las aguas del océano.
La diferencia. Es que el río la corriente el agua. Aún alejándose de la fuente. No se olvida que al final. Le espera. Siempre. Nuevamente el recomienzo.
Sólo el hombre ha perdido el contacto con su origen.
Por eso nunca encuentra el camino de regreso.
***
Excepto a veces.
***
La carretera es sinuosa como los ríos. Y allí los automóviles como los barcos. Van y vienen uniendo pueblos y distancias. Llevando y trayendo mercancías y personas.
Así. Los carros pasan. Y a un costado el niño espera que el gesto de su mano haga parar alguno. Y no pasa mucho tiempo hasta que entonces. Ya está trepándose a un camión rumbo a no sé dónde. Sonriendo. Entre polvos y ganado. Envuelto en un torbellino de emociones que no sabría definir.
El mundo pasa a los costados. Y dentro suyo el tornado es cada vez más. Digamos. Emocionante. La velocidad y todo eso. Las imágenes que lo atraviesan con la fugacidad de un pestañeo. Las arboledas como una consecución de pasillos o senderos. Que nunca se detendrá para adentrarse. Piensa. La sospecha de algo que está al alcance de la mano y que se se pierde en el barullo del motor.
Y así. Luego. Llega al destino.
Salta. Y se queda pensando. No está seguro que sea ese precisamente su destino. O por acaso sea apenas una pausa transitoria. Un descanso. Tal vez un puente a lo desconocido. Piensa. Y de repente siente miedo.
***
En la oscuridad las cosas pierden de alguna forma sus extensiones. Intuye. De algún modo se expanden en profundidad los horizontes. Y entonces. Sólo quien logre ver sin sus ojos podrá descubrir el misterio de la noche.
Piensa. La ceguera y la lucidez a la velocidad de un pestañeo. La visión atenta en cada poro de la piel. La incertidumbre absoluta y la sospecha. Que alguna cosa está al acecho. Que algo está a punto de. Algo. Pero no logra discernirlo.
Y en la oscuridad su cuerpo cansado deja paso al sueño. Hasta que la luz del día lo despierta.
Entonces siente que la distancia que cree haber recorrido ayer ya no existe. De alguna forma. Ya no podría medirla. Ni siquiera referirse a ella como algo que ha quedado a su espalda. Porque de hecho aún mirando en todas direcciones lo único que logra ver es un lugar deslumbrante y desconocido. Un paisaje que ni imaginaba que existiera.
La distancia ahora le parece. Apenas esos pasos que lo separan de aquel río.
Y comienza a caminar.
***
Por cada paso un nuevo panorama. Y los pies se funden con el camino. Descalzo siente el mundo. Y el mundo de repente le parece algo bueno. Acogedor y fascinante. Y le parece que lo invita a adentrarse. Y él avanza. Y esto sí ya no le parece. El sendero lo ha llevado justo al río.
En el agua una canoa. Y en la canoa un hombre le ofrece llevarlo a no sé dónde. Y él acepta. Sube. Rema. Feliz de estar yendo nuevamente a alguna parte. Además. Es la primera vez que anda en una canoa.
El río parece ser otra forma de camino. Piensa. Y deslizarse sobre el agua le resulta de lo más emocionante. Seguir el curso de la corriente es fácil. Así que aprovecha a contemplar la maleza que lo rodea.
La vegetación a cada tramo se vuelve más y más exuberante. Y entonces aparece un muellecito ahí en la orilla. Y el hombre le avisa que han llegado ya al destino.
Nuevamente se pregunta si será ese efectivamente su destino. Pero lo acepta. De todos modos. Y comienza a explorar las inmediaciones. El pueblo -no recuerda haber estado nunca en un sitio tan tranquilo incluso con tantas personas yendo y viniendo en sus quehaceres- de pronto queda atrás. Y al frente sólo un camino. Un surco como de hormigas para humanos. Sí. Otro sendero. Adentrándose en la selva.
Él avanza, paso a paso, más y más en la maleza.
***
De repente ese murmullo como grillos, como grifos abiertos o cascadas. El rumor en torbellinos. La caída silenciosa entre la bruma de libros en espirales como hojas secas en el viento. La sensación apenas de un derrumbe. Y el resurgimiento como un geiser en los ojos. Nacimiento y muerte. El instante fugaz del estruendo. Sutil y silenciosa explosión como semillas o crisálidas. El derrumbe propiamente dicho. Las ruinas los escombros el recuerdo. Un edificio convertido en polvo. El polvo que se vuelve nube. La nube o la bruma -el velo indescriptible de los sueños- envolviéndolo en aleteos incesantes. La lucidez momentánea -la consciencia- de convertirse repentinamente en un árbol milenario. El despertar inesperado. Y entonces.
***
La selva amanece apacible y encantada. Un nuevo brote le crece en las entrañas. Y ella le da una acogedora bienvenida.
***

Texto agregado el 23-09-2012, y leído por 124 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-09-2016 que defienda ese libro, que no lo atrapen ni el celular ni la compu satini
19-02-2014 Buenas imágenes pero en algunos casos la puntuación no es correcta. Ejemplo: "Hace frío y de pronto. Una puerta abierta lo invita a refugiarse." Después de "pronto" no puede ir punto. Hay otros. clorinda
05-12-2012 Me encanta tu manera de escribir, pareces transcribir pensamientos que surgen y desaparecen casi de inmediato para dar paso a uno nuevo, y en seguida a otro, y otro más... Mundo de libros y de sueños, de viajes que se suceden, hasta llegar por fin a ser parte de la selva, tal vez la misma que llevaba dentro desde su infancia. Bellísimo texto. loretopaz
 
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