Es la tercera noche que no puedo conciliar el sueño, mi cuerpo está cansado y tiembla generosamente cada día más seguido. Por mi cabeza los innumerables pensamientos acechan como queriendo escapar en múltiples direcciones fuera de ella. Mi corazón late ya sin ritmo definido y fuera, el aire está calmo. Noches atrás he soñado con mi muerte, tenía una manera bastante poco agradable de encontrarme con ella. Me ejecutaban rompiendo mi cabeza, azotada con un martillo, una y otra vez, hasta que por fin mi cuerpo ya no sentía dolor y me desvanecía completamente. Luego de eso, aun podía mirar alrededor, me levantaba y veía mi cuerpo ya sin vida ensangrentado en el piso. Al percatarme de que ya estaba muerto, concluía que la vida y la muerte no eran muy diferentes. No existía Dios, ni un paraíso ni un infierno. Todo eso que nos contaban desde pequeño, era solo un relato ficticio. También intentaba comunicarme con mis seres queridos, mi familia, pero era imposible. Aun seguía estando en el mismo lugar donde antes había vivido, mucho antes de que me ejecutaran. Lo extraño del sueño fue que pese a que estaba muerto, podía comunicarme con otras personas, pero con ninguna que me conociera. Mi muerte fue solo para mis conocidos. Ya que no me veían, no existía yo para ellos, pero ellos si para mí. El paso de la vida hacia la muerte, era solo una tortura. Desperté pensando en aquel sueño y quise olvidarlo inútilmente, ya que, gatilló algo en mí. No sé si les pasará a todos lo mismo, pero cada vez que sueño mi vida toma otro rumbo, es tan variante… a veces creo que soy un bicho raro, un hombre enfermo, al que la vida le está jugando una broma, una broma de bastante mal gusto.
Ya eran las 7 de la mañana y yo debía levantarme a trabajar. Me quedé tendido en la cama mirando el techo de la pieza largo rato. Perdí la noción del tiempo en ese momento. Al parecer fue bastante rato el que me quedé así inmóvil, ya que cuando reaccioné mi boca y garganta, hasta mi lengua, estaban secas. Parpadee y me dolió hacerlo, también mis ojos estaban en similares condiciones. Me levanté atontado aun y miré la hora en el relojillo que había en la cocina, no sé por qué había dejado un reloj en la cocina, creo que no tenía mucho sentido un aparato que te da la hora, en el lugar donde se prepara la comida. Tal vez sí, pero dejé de lado ese pensamiento inútil, y me percaté que las manecillas del relojillo indicaban que ya eran las doce con treinta. Ya era tarde para ir a trabajar. Tampoco me importó no haber ido, de todas formas pensaba en que algo me estaba pasando y bastante serio al parecer. No es normal que uno no duerma y luego se quede como en un estado hipnótico. Estaba enloqueciendo, esa era mi realidad.
Las tibias gotas que salían de la manilla de la ducha, producían un relajo total a mi cuerpo, pero no a mi mente. Por cada gota que golpeaba mi rostro, un pensamiento. Y ese pensamiento se dividía en otros y esos otros en otros. Pensé en beber un café al salir del baño, eso me calmó un poco y comencé a sentir el agradable sabor y textura de aquel brebaje. Estaba en eso cuando el fuerte chillido de un animal desconocido azotó con fuerza sobre mis oídos. No entendía que estaba pasando. Salí rápido del baño, y me vestí de la misma manera. Cuando ni cuenta me di, estaba listo y preparado. Me miraba frente al espejo cuando entré en razón, y pude percibir que tal vez me había quedado dormido, por fin y estaba soñando, ya que todo carecía de sentido. Y eso me dejó más tranquilo, así que decidí ver que más acontecía de este sueño. Me sentía bien y seguro, ya que estaba convencido de que era un sueño, así que nada de lo que aconteciera en este podría afectarme.
Golpearon la puerta y fui a atender. Al pasar frente a la cocina ya eran las tres con diez de la tarde, eso indicaban las manecillas. El pasillo era bastante largo hasta la puerta de entrada y mientras caminaba, el piso de madera hacía notar con tenues crujidos mis pasos. Frente a la puerta ya me encontraba y giré la manilla de de bronce que la adornaba, abrí y una oscuridad absoluta se presentó frente a mis ojos, no comprendí, eran las tres con diez y estaba ya oscuro. Di un paso para asomarme y lograr divisar algo, pero era imposible. Gritaron mi nombre desde mi pieza, que quedaba al final de la casa, cerré de golpe y me dirigí apresuradamente, el grito era desgarrador, debo aclarar que yo vivo solo, hace bastante tiempo que había perdido contacto con mis familiares. Mientras corría por el pasillo de madera que crujía ahora de manera impetuosa. Al acercarme al umbral de mi pieza, quedé inmóvil al ver la escena. Estaba mi madre sentada llorando y en sus brazos sostenía a Jesucristo recién bajado de la cruz, aun sangraban sus heridas y mantenía la corona de espinas rasgando su frente, la escena me recordó a una estatuilla que alguna vez vi en algún cementerio. Todo se tornó en tonos grises, las paredes, los cuadros que habían en ella, la cama también y junto a ella, mi madre que lloraba con Jesucristo en los brazos. Cuando la decoloración llego hasta mis pies, gritaron nuevamente, pero esta vez en un idioma que no fui capaz de reconocer. Era una voz grave, muy profunda y que daba la impresión que cada vez que salía una palabra de su boca, desgarraba su garganta. Me giré para ver quien gritaba de esa forma y mi corazón latía fuertemente, casi tanto o más que esos gritos que se resbalaban por todas las paredes de la casa haciéndola vibrar. No podía creer lo que mis ojos estaban apreciando en ese instante, era un hombre, creo… estaba sentado en uno de los sillones y sus largas piernas llegaban hasta el otro extremo de la pared, era definitivamente el demonio. Y grité desgarradoramente, mi grito se convertía en una serpiente mientras iba saliendo de mi boca, y atacaba mi propio cuerpo mordiéndolo ferozmente. Mientras el ambiente se desvanecía, se transformaba en diminutas partículas cada vez más pequeñas, hasta que todo quedó en silencio y absoluta oscuridad.
|