A veces, las carencias, la marginalidad y la falta de instrucción, nos hacen perder el rumbo. Y entonces, se puede cumplir eso de que nadie sabe para quien trabaja; o "que nos salga el tiro por la culata"
Hijo mío que naciste parado
Cuando Estela le dijo a su esposo que iba a ser padre por tercera vez, en cuanto éste regresó del trabajo, la primera reacción de Julio fue mirarla muy serio, encogerse de hombros y emitir un suspiro de resignación. Pero luego, al compartir el tesito y el pan con palta, ya parecía más conformado y del humor que siempre tenía.
- Ojalá venga con la marraqueta bajo el brazo, Estela. Tres cabros y la cosa se pone cuesta arriba. Pero hay que aperrar no más poh.
- Si es hombrecito, pongámosle Michel, por Michel Jackson y si es mujercita, Stefanni me gusta más.
- Tais loca, mujer. Lo agarrarían p’al soberano güeveo: Michel o Stefanni Pérez Huenchullán. ¿Te imaginais? Nombre chileno, no más. Como tu finao padre o mi madre que en paz descanse. Ramiro o Emilia. ¿Te parece?
- Tenis razón, Julio, no lo había pensao.
- ¿Y, pa’ cuando?
- Tengo 3 meses y medio. Sería pa’ mediaos de Junio. El mes de los santos, buena fecha.
Y no se habló más.
Cuando Estela fue a parir a su Ramiro, no le fue tan bien como con sus dos primeros hijos, un varón de ocho años y una niña de cinco. Las contracciones fueron mucho más intensas, dolorosas y más frecuentes. Pensó que nacería en el taxi, por cómo pateaba en su vientre el crío. La metieron a la sala de partos, llena de gritos, carreras y llantos de recién nacidos. Llegó una matrona con una auxiliar, la prepararon y a pujar y sudar. El dolor y las sensaciones eran muy distintas que en los otros partos, y la matrona parecía muy atareada y con menos palabras de estímulo.
- Señora, siga trabajando no más, ya viene en camino. Luisa, tendremos que usar forcep parece, le dijo a la auxiliar. No viene de cabeza. Por siaca, llama al doctor. Usted señora no se preocupe, siga pujando no más.
Luego de un buen rato de mucho esfuerzo y completamente agotada, finalmente Estela parió a Ramiro.
- Listo, señora. Muy lindo su varoncito. ¡Y nació parado, va a tener pura suerte este cabro! Y la matrona se lo puso en la guata para que lo tomara.
Cuando llegó Julio después del trabajo, parecía inflado de contento.
- ¡Nació parao, Julio! Viene con suerte.
- ¡Chuta! Ojalá, poh. A ver si me dan un aumento o encuentro una pega mejor pagá.
- No poh, mijito. La suerte será de él, no tuya. Tú no naciste parao. Tenimos que seguir trabajando los dos no más poh.
Cuando el niño cumplió tres meses, Estela empezó a preocuparse. El niño mamaba normalmente, con buen apetito, sus evacuaciones eran normales. Pero algo había que no era igual que con sus otros hijos.
Cuando mamaba o cuando lo tomaba para mudarlo y lavarlo, el niño nunca sonreía y parecía no verla. No respondía como las guaguas a las caricias, a los añuñús. Su hijo de ocho años le había comentado.
- Mamá, el Ramiro parece ido o volado porque como que ni pesca. Y llora poco.
Al médico y de allí a interconsulta, a especialista, el que la atendió varias semanas después. Llevó al niño a una sala aparte y luego de casi una hora regresó y se lo entregó.
- Señora, tenemos que conversar. Tome asiento y escúcheme con atención.
- ¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Es muy grave? ¿Se me morirá?
- Cálmese, señora. Nadie ha dicho que perderá a su hijo. El asunto es serio pero no para tanto. Su hijo tiene autismo.
- ¿Auto qué?
- El niño tiene una alteración que lo mantiene con casi nulo contacto con el medio. No se comunica con los demás. Eso se llama autismo. No se preocupe, señora. Algunos niños lo superan con el tiempo y luego son normales. Pero, necesita mucha dedicación y atención de usted y su familia. Nunca dejarlo solo pues se puede hacer daño. Deberá traerlo cada seis meses para ver cómo evoluciona.
Y muchas otras indicaciones, recomendaciones y promesas de que podía sanar con el tiempo.
Julio, aparte de rascarse la cabeza, darle una patada a la silla, lo único que dijo
- Putas, ¿Pa’eso nació parao? La mansa suerte. Ahora tengo un hijo mongólico.
Y desde entonces, ya casi no le prestó atención. Llegaba de la pega, saludaba, tomaba onces, jugaba con sus otros dos hijos, se interesaba por sus tareas, pero con Ramiro, que ya cumplía el año, ni la hora. A lo más, le preguntaba a su mujer cómo seguía el cabro.
- Igual, poh Julio. No hay mejora. Rabietas, pataletas. Come, toma su leche, pero sigue como pollito, como si no estuviera aquí. Lo único, es que le ha dado por andar rayando todo. Con lo que pilla a mano. Cuchara, palito, llaves. Tiene los muebles todos rayados ya.
- Güeno, pásale un lápiz y papel a ver si nos escribie cartas. Y pa que no termine pitiándose los muebles.
- ¿Sabis, Julio? Parece que lo que le llama la atención es la tele. Pero las noticias. Cuando las dan, se queda tranquilito escuchando. Y parece que me mira.
- En una de esa va pa periodista. Pero ojalá que no salga maricón, porque la tele está llena de maracos.
- ¡Puta, Julio, córtala con el cabro! Está bien que no lo querais, pero no lo caguís más, poh. Igual es nuestro hijo.
Y así seguían los días y los meses de esa familia. La madre y los otros dos hijos cuidando e intentado jugar y comunicarse con el pequeño autista y el padre, trabajando, proveyendo la casa y muy de vez en cuando prestando atención al pequeño Ramiro.
Los médicos decían que se hicieran a la idea que Ramiro no progresaría a menos que por sí mismo empezar a comunicarse y ser algo más normal. Que debían prepararse para cuando creciera ponerlo en casas o centros especiales donde pudiera estar sin peligro para él.
Un martes, Julio llegó del trabajo como siempre. Sentado a la mesa con su tesito y su pailita de huevos, viendo el noticiero. Sus hijos haciendo tareas y Ramiro sentado en el suelo frente a la tele, rayando papeles con lápices de cera para que no se hiciera daño. Callado, Julio rumiaba sus problemas de bajo sueldo, los gastos de escuela y de médico y remedios para Ramiro, que no habían en la farmacia del SAPU.
La periodista del noticiero anuncia los resultados de los juegos de azar. Julio, con desgano, sacó su boleto del Loto como por inercia. Al menos una terna para recuperar la plata, se decía siempre. Esa vez, ni un solo número. Terminó su té, y malhumorado tomó a Ramiro y lo llevó a su cama.
Volvió para ver algún programa junto a su esposa y de paso, recogió los papeles rayados por Ramiro.
Allí se percató que había unos trazos que parecían números en uno de los papeles. Pensó que se estaba pasando rollos y al arrugarlos uno por uno para tirarlos al basurero, vio que efectivamente eran números mal hechos los que había en el papel.
Eran seis números, cuatro de dos cifras. No estaba loco, eran números escritos por Ramiro.
- ¡Mira Estela! Parece que está aprendiendo a escribir. Parece que está sanando.
- Estais soñando, Julio. ¿Cómo va a aprender si nadie le puede enseñar?
- ¡Pero, mira! Son números.
Y efectivamente, mirando con atención y girando el papel para ver cada número, se logran leer casi con claridad: 3 – 25 – 32 – 7 – 16 – 19
- Oye, Julio. Son los números del Loto. Los escuchó y los escribió. ¡Bendito sea el Señor! Mi hijo está sanando. Con razón le interesaban las noticias.
Julio, con la boca abierta, no terminaba de creer lo que veía. Su hijo ya no era mongólico y posiblemente no sería maricón. Corrió a la cama de Ramiro, pero éste dormía plácidamente.
Al día siguiente, se preocupó junto con su mujer, de sentar al niño frente a la tele a la hora del noticiero, con harto papel en blanco y distintos lápices de cera. Y esperaron impacientes a que el niño escribiera algo de lo que la periodista decía que había pasado ese día.
Terminado el noticiero, revisaron ansiosamente los papeles rayados por el niño. Nada de nada. Rayas de todos lo tipos, desparramadas sin sentido alguno sobre los papeles. Defraudados, acostaron a Ramiro y en silencio y apesadumbrados siguieron frente a la tele un rato más. Estela, acariciaba el papel con los números de la noche anterior y parecía recitar una oración.
A la noche siguiente, hicieron lo mismo, más por insistencia de Estela que por entusiasmo de Julio, el que aseguraba que solo fue coincidencia de rayas, pura suerte no más.
- ¡No vis que nació parao el cabro güeón! Le decía a su esposa.
El niño, en otro mundo, rayaba los papeles a diestra y siniestra, sin sentido alguno.
La periodista anunció los resultados del Loto. Ramiro, se quedó muy quieto, sin rayar por un instante y luego empezó a escupir rápidamente números sobre un papel en blanco. Cuando la periodista dijo el último número ganador, el niño ya estaba otra vez rayando otro papel a diestra y siniestra.
Los esposos casi se pelearon el papel con los números. Estaban escritos muy legibles, mucho más que el martes. ¡Eran los seis números ganadores! Tal cual los dijo la periodista, en el mismo orden.
Estela se llevó el papel al pecho y mirando al cielo raso, daba gracias al Señor.
Julio, casi babeando, tembloroso solo atinaba a decir Es…tela…; Este...la; EEEEss..te…laaaa
Estela dejó el papel en la mesita de centro y corrió a buscar un rosario. Cuando volvió para invitar a su esposo a la oración, éste estaba saltando y emitiendo sonidos ininteligibles, con los ojos que ya se le escapaban.
- Cálmate mijito, demos gracias por el niño.
- ¡Qué gracias, mujer! ¿No cachaste? ¡Escribió los números ganadores antes que la mina los dijera! Los adivinó, Estela, los adivinó.
- No te pasís rollos, Julio, por favor. Mañana mismo pediré hora con el doctor para contarle y que nos diga como hacerlo mejorar.
- Puta, Estela. Tenís que creerme. Yo lo vi que escribió los números antes. Los adivinó. ¡Nació parao! ¡Nació parao! ¡Vamos a ganarnos el Loto, mija! Ahhhhh, al doctorcito ese ni cagando le contái lo de los números. Nos puede cagar ese güeón, diciendo que tiene que hospitalizarlo. ¡Ni cagando, Estela!
La madre, moviendo la cabeza, rozando las cuentas del rosario, movía los labios en silencio.
Así también ocurrió al domingo siguiente. Esta vez, Julio se aseguró que su mujer estuviese atenta al momento que el niño escribiese los números. Cuando la periodista dijo
- Al regreso de la pausa comercial, volvemos con los resultados del Loto, cuyo pozo está acumulado.
Y, con los dos esposo abrazados y riendo, el niño comenzó a escribir los seis números, mientras una escultural modelo publicitaba ropa interior. Cuando terminó los números, Ramiro siguió rayando papeles sin sentido.
Julio tomó el papel con los números y tomando a su esposa de la mano, sudando, esperó el regreso de la periodista con los resultados oficiales.
Uno a uno los números coincidían.
La pareja, abrazada y bailando celebraban como si fuesen los ganadores. Julio, en la otra mano, tenía su boleto con apenas dos números que coincidían. Pero, ni le importaba.
- Mijita, mijita…ahora tenemos que hacer que los escriba antes del sorteo y que yo alcance a jugar el boleto. Eso es lo que tenemos que hacer.
Y tomó a su hijo para cubrirlo de besos, aunque el niño ni se enteraba de su repentino amor.
- ¡Seremos ricos, Julio! Se acabaron las apreturas. Gracias, Señor. Mandaré decir misas por un año para agradecerte. Estela se sumaba entusiasta a la expectativa de su esposo.
El médico los atendió con la amabilidad de siempre. Los escuchó atentamente. Ellos, se cuidaron de no mencionar que se trataba de los números de un sorteo al azar. Solo eran números y llevaban los papeles como prueba. Al final, el médico les dijo.
- Deben ser prudentes con sus expectativas. Esto pasa muy a menudo con los niños autistas. Comienzan a desarrollar capacidades que sorprenden a muchos. Pero, a menudo ocurren retrocesos y pueden entrar en estados peores que antes de esos períodos de lucidez.
- Y…doctor…¿Cuánto puede durar este período?
- Imposible decirlo. Días o meses. Pero que es pasajero, es pasajero. Puede repetirse pero no se puede saber cuándo. Si ustedes lo estimulan y le dan mucha atención, sin forzarlo para nada, puede ser más duradero y puede ser más frecuente.
De vuelta a la casa y al trabajo. Julio se devanaba los sesos pensando en cómo hacer que el niño escribiera los números antes del sorteo. Tenía que haber una forma. Y por ningún motivo le preguntaría a su amigos o compañeros de trabajo. Habían hecho el pacto con Estela de no contarle a nadie.
Y mientras seguían repitiendo la escritura de los números sorteo tras sorteo, sufriendo porque el milagro terminara, no lograban dar con la forma que el niño se los escribiera antes del noticiero. Solo con el anuncio de que darían el resultado del Loto, Ramiro escribía los números.
Ambos recitando ante el niño “A vuelta de comerciales, los resultados del Loto”, para lograr se los escribiera antes del sorteo. Y nada. Rayas incomprensible en los papeles.
Y el pozo, sorteo tras sorteo, seguía acumulándose. Y la periodista del noticiero daba cuenta del interés de los miles de apostadores en el millonario pozo acumulado cada noche, ante la desesperación del matrimonio que no lograban obtener nada del pequeño autista.
- Sabís, Estela, encalillémonos en una cámara de video, grabamos a la mina con los resultados del sorteo del domingo y se lo ponimos a Ramiro el lunes. Si lo engañamos, escribe los números del martes y listo. No tenemos otras, mija.
El sábado en la mañana, se fueron al centro de Santiago con los tres hijos a comprar al crédito la cámara. Ramiro, con dos lápices de cera en la mano, los que ya era imposible quitárselos.
La calle Ahumada hervía de gente al mediodía. Con el niño en brazos, se pararon ante la vitrina de una tienda en la que había varios televisores plasma encendidos y diversos tipos de cámaras de video. Estela dejó al niño de pié en el piso para leer mejor los precios y ajustarse al presupuesto. Julio se entretenía con un partido de fútbol en una de las pantallas. Los otros dos niños, estaban concentrados en los notebooks en exhibición, soñando con uno.
Cuando la madre se decidió por una cámara, tironeándo a su esposo de una manga, se dio cuenta que Ramiro no estaba.
- ¡Julio, el niño, el niño! No está, se arrancó.
Desesperados, todos, lo llamaban y corrían de un lado a otro. La gente, primero indiferente y extrañada, al poco rato se sumó a la búsqueda, preguntando cómo era, cómo vestía, qué edad tenía, cómo se llamaba.
- Se llama Ramiro, decía Estela, entre llantos y carreras. Es especial, no entiende. Adivina cosas. Escribe números.
Y repetía lo mismo a cada rato casi fuera de sí. Su esposo hacía algo parecido, buscando desesperado al niño entre el gentío de la calle Ahumada
Y ya eran varias decenas de personas que buscaban al niño. Y muchas otras más que observaban y se detenían preguntando qué pasaba. Y se decían unos a otros “Un niño perdido. Es adivino. Adivina números y los escribe”. Y muchos se sumaban a la búsqueda. Ya formaban casi una concentración en esas dos cuadras del Paseo.
Hasta que alguien gritó
- ¡Allí hay un niño sentado en suelo! Puede ser él. ¡Señora!…¿ese es su hijo?
Y todos, cientos de personas, prácticamente arrastrando a los padres, corrieron donde estaba Ramiro sentado en el suelo de ese Paseo.
Justo en la punta de diamante de Ahumada con Nueva York, frente a la pantalla gigante de televisión pública que allí está instalada.
Con sus lápices de cera rayaba el piso, sin escuchar ni mirar a nadie, sumido en su mundo.
El gentío de detuvo a unos metros y en silencio lo miraban. Dos jóvenes que parecían estudiantes, gravaban la escena con sus celulares.
En la tele, la periodista del noticiero de mediodía decía:
- Enorme interés de los apostadores por el pozo acumulado del sorteo del Loto de mañana. A la vuelta de comerciales, más noticias sobre el Loto.
Y Ramiro, dejando de rayar el piso, pareció levantar su cabecita, escuchando a la periodista y volviendo a su mundo de autista, empezó a escribir seis números una y otra vez en el piso. La misma serie de seis, repetida varias veces una bajo la otra.
Estela corrió a tomarlo, abrazarlo y llenarlo de besos, mirando al cielo y dando gracias.
Julio, entre llantos y risas, gritaba
- ¡Los escribió, Estela, los escribió! ¡Los números, los escribió! Y frenéticamente, dando furtivas miradas a la multitud, intentaba borrar con el pié los números escritos por el niño.
Uno de los estudiantes que gravaba la escena le dijo al otro.
- Cacha como borra los seis números. ¿No será, güeón, que el cabrito escribió los del Loto? ¡La güeá loca, güeón! ¿Subámosla a Facebook? Y rápidamente envió el video a esa red social.
Casi a la carrera, la familia se abrió paso en el gentío y se perdió en la escalera mecánica del Metro, camino a su casa.
El domingo en la noche, con la mesa cubierta con un impecable mantelito, bebidas, una fuente llena de completos y varias cervezas, la familia esperaba ansiosa que la ya familiar periodista recitara los seis números ganadores del Loto millonario.
Estela con su rosario y recitando oraciones.
Los niños mayores, comiendo completos, con un vaso de bebidas en la mano, reían satisfechos y expectantes.
Julio, agitado, leía en silencio, una y otra vez, los números del boleto del Loto que acariciaba en su mano, con los ojos clavados en la tele.
Ramiro, sentado en el suelo, con sus lápices de cera y sus papeles, hacía círculos, espirales y ondas de colores a diestra y siniestra, lejos de todos.
Terminado el resumen del fútbol semanal, la periodista dice:
- Y ahora, lo que todos están esperando. Los números ganadores del Loto.
Temblando, con la boca abierta, sudando frío, Julio fue escuchando y leyendo en su boleto uno a uno los números ganadores.
Uno a uno, lo seis números coincidieron con su boleto.
¡Eran millonarios!
Quedaron paralizados por un instante, sin percatarse que Ramiro no había escrito un solo número. El milagro había terminado.
En ese instante de silencio que precede a la explosión de emociones ante algo muy esperado, en esa pausa previa, la periodista siguió diciendo
- Lo extraordinario de este sorteo, es que son seiscientos setenta y cinco mil trescientos ganadores que se reparten el pozo del Loto, recibiendo cada uno un premio de mil cuatrocientos diez pesos. Felicitaciones a los ganadores.
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