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Los ojos de la noche miran la agitación de la piel enredada entre las sábanas y perciben el sopor que lentamente expelen los poros. Nadie puede reparar el daño de la caricia. Llegó, insinuante, fría, y de repente, como una llama, quemó el cuerpo dormido que nada sospechaba. Desde entonces anda sin calma, cautivada, aterrada por el placer, en constante movimiento como si buscara un remedio que apague la inquietud. Está envenenada la piel. La caricia ha dejado su rastro de ceniza para que de la raíz del cuerpo la humedad abriera surcos de fiebre y delirio. Suceden luego espasmos que nadie quiere obviar en la breve provocación. Y mientras tanto la víctima yace infecunda, con la cura suicida de los dedos.
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Texto agregado el 22-09-2012, y leído por 215
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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28-09-2012 |
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Si AlmaNueva |
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23-09-2012 |
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las caricias dejan su impronta, y sus sustancia....me gustó.. Noc |
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