Participan en este cuento:*inicio Egon,**desarrollo Zepol,*** desarrollo cromática**** final gatocteles
El libro de Marduk
“Boum. Boum. Boum.” Y con cada golpe en la puerta, la reducida cúpula se estremeció sobre sus vetustos sillares. Sin embargo, el auténtico pavor no residía en su fuerza que estaba próxima a desencajar los goznes, el terror provenía de su cadencia, de los segundos que mediaban entre uno y otro golpe, en la calma que mantendría lo que fuera que estuviera al otro lado sabedor de que no había escapatoria.
“Boum. Boum. Boum.” De nuevo la bóveda pareció balancearse y el bibliotecario Richard Stewart tuvo que apoyarse en una de las paredes. Sabía que allí terminaba su búsqueda, que allí también finalizaba la angosta escalera de caracol que conducía a la linterna de la cúpula del Santo Sepulcro de Jerusalén. Apenas tuvo tiempo para atrancar la portezuela a su paso y la ominosa oscuridad aún le impedía comprobar qué le aguardaba al final de su camino. Había requerido muchos años de investigación y estudio para llegar a este punto. Sonrió al comprender que estaba próximo a resolver uno de los enigmas de la cristiandad y que éste, había estado prácticamente al alcance de la mano de los millones de peregrinos que año tras año visitaban el templo.
“Boum. Boum. Boum.” Debía actuar rápidamente. Localizó en el bolsillo su teléfono móvil pero próximo a la desesperación pudo comprobar que parecía no tener cobertura. Lo mantuvo en la mano y sirviéndose de él logró iluminar pálidamente la estancia. Frente a él, apoyado en un pesado atril descansaba un libro. Con un respeto reverencial se aproximó para confirmar sus sospechas. No era capaz de contener el temblor en su mano a causa del nerviosismo y sirviéndose de la escasa iluminación de la pantalla leyó el contenido de la recia cubierta. Un sudor frío cubrió su cuerpo, se pasó la mano por la frente y sin llegar a comprender, totalmente confuso volvió a leer:
“Necronomicon” por Abdul Alhazred
“Boum. Boum. Boum.”
**
Boum”
El libro no era lo que esperaba encontrar y era lo último en que habría pensado. La conmoción del descubrimiento hizo que sintiera la resonancia del golpe directo en sus huesos temporales. ¿Qué eran esos mazazos sordos, rimados cada trece segundos? El teléfono móvil resbaló de sus manos y la oscuridad fue completa. Por contraste, su mente se iluminó y entendió: aquella rítmica percusión no podía ser sino un péndulo. Un mecanismo programado para destruir la cúpula y proteger el libro. Pero esa intuición no fue sino el detonante de más preguntas. ¿Protegerlo de qué? ¿Quién había colocado ahí el libro? ¿Qué había hecho él para liberar el funcionamiento de aquel artilugio demencial dormido por siglos? ¿Por qué los millones de peregrinos que habían visitado el Santo Sepulcro no habían despertado la máquina? ¿Qué tenía él de diferente que pudiera considerarse una llave?
Aventuró una explicación. Mi cerebro, se dijo. Eso es. Sus estudios en neurociencia le habían demostrado que los ritmos cerebrales generan un espectro de frecuencia distinta para cada persona.
¡Por supuesto! Esa frecuencia, - su frecuencia - única como las huellas dactilares, estaba calibrada y anticipada desde el inicio de los tiempos. Algo o alguien había previsto que él llegaría y su presencia activaría el algoritmo de la máquina.
Sus setenta y cinco años no habían menguado un ápice su capacidad, aquella que le había valido el reconocimiento universal entre sus pares.
Durante los infaustos años de la guerra fría, el gobierno de la Unión Soviética encargó a sus agentes de la KGB su secuestro y traslado a los laboratorios secretos de la Lubianka para explotar sus conocimientos. Los rusos tenían, igual que Hitler, la convicción de que un poder superior les permitiría realizar sus ansias de dominación mundial.
Ingenioso y creativo como buen científico, una y otra vez eludió los intentos de rapto y finalmente acabó ocultando su identidad tras la fachada de un simple bibliotecario. Protegido por ese precario anonimato había trabajado hasta el agobio atando cabos en la búsqueda de lo que consideraba su investigación fundamental, encontrar el único texto manuscrito de Jesús, la carta que le escribiera a su Madre, desde Alejandría, cuando murió José.
La carta, que podría servir de consuelo a millones de personas en situaciones similares, esclarecía también para consuelo y conocimiento de su Madre, lo que posteriormente llegó a considerarse el mayor enigma de la cristiandad, la fecha de la segunda venida del Mesías y una detallada secuencia de los acontecimientos previos al fin de la humanidad, al menos, como se conoce hasta el presente.
Pero en lugar del precioso documento que buscaba, encontró el libro sibilino más execrable del mundo. Aquello no tenía sentido.
Como un auto de carrera modificado para salvar distancias en segundos, su mente se disparó. ¿Qué sabía de aquel libro? ¿Por qué un tratado de contenido tan recóndito se encontraba en la cúspide del lugar más sagrado de la cristiandad?
Como chispas de una fogata, los datos almacenados saltaron desde su memoria y desfilaron frente a su consciencia. Su agudeza científica dibujó instantáneamente una pizarra mental con un resumen de lo que sabía y comenzó a hilvanar sus pensamientos murmurándolos, costumbre que irritaba a sus colegas que no terminaban de acostumbrarse a su constante cuchicheo.
¡ Boum !
La cúpula se estremeció. No tanto como su ánimo por las primeras inferencias. Primero, el Necronomicón – se dijo - es un grimorio de conocimientos secretos y magia ritual cuya lectura provoca la locura y la muerte colectiva. Fue escrito en árabe en el año 700 por el poeta Abdul Al-Hazred y contiene los anales secretos de una raza más antigua que la humanidad. La información la obtuvo de unos pergaminos que robó en el mundo de los Djins y los Gules al entrar en los subterráneos secretos de Menfis. En venganza, los demonios custodios de las cuevas enviaron una bestia semitransparente que delante de numerosos testigos devoró al escritor.
¡Boum!
Su lectura desencadena tragedias, muerte y consecuencias nefastas. Una copia fue adquirida por un millonario norteamericano y fue la causa del terremoto e incendio de San Francisco en 1906.
Pero lo que más me preocupa, - continuó pensando a sotto voce, cada vez más excitado, y lo más peligroso del libro (¡Boum! ) es que contiene las fórmulas que permiten contactar con los Primigenios, entidades sobrenaturales de inmenso poder y despertarlas de su letargo para que se apoderen del mundo, que ya una vez fue suyo en tiempos antediluvianos. Y eso…
El repiqueteo luminoso de una llamada entrante interrumpió su murmullo y le permitió ubicar nuevamente su celular.
La melodiosa voz de la operadora le anunció:
- Dottore Stewart, la metto in comunicazione con Monsignore Georg Gänswein, segretario personale del Papa Benedetto sedicesimo. Aspetti un secondo.
***
En medio de su desorientación, una avalancha de información fue formando una nebulosa en su mente, había una razón evidente para ese llamado, pero tanto conocimiento suele enrarecer el entendimiento. ¿cómo podría haberse enterado Gänswein de su llegada al santo sepulcro? Se había cuidado muy bien, en la entrevista que mantuvieran seis meses atrás, de omitir toda referencia a su viaje, y él mismo ignoraba el descubrimiento del libro que ahora, con un aura de energía fulgurante por su importancia, se abría ante él.
(Doctor, tengo sumo interés en hablar con usted)
- Dottore, ho un grande interesse di parlare con lei...
(Lo imagino, pero en este momento no me resulta posible ir a su despacho. Me encuentro fuera)
- Immagino di si, ma in questo momento non mi è possibile andare al suo ufficio, m’incontro fuori.
(Y dígame, ¿qué ha encontrado al final de la escalera de caracol? El atril también tiene un gran valor histórico, y económico, claro está)
- Mi dica, che cosa ha trovato alla fine della scala? Il leggio ha un grande valore storico, e anche cononico, certamente.
((Y dígame, ¿qué ha encontrado al final de la escalera de caracol? El atril también tiene un gran valor histórico, y económico, claro está)
- Mi dica, che cosa ha trovato alla fine della scala? Il leggio ha un grande valore storico, e anche economico, certamente.
(Ya veo... el Papa está no está al tanto de esta situación, verdad Gänswein?....... o mejor debería llamarlo Shazu?)
- Capito. Senta, il Papa è consapevole della nostra conversazione? …Gänswein… o magari dovrei chiamarlo SHAZU?
(Doctor, Doctor... usted tiene los días contados)
- Dottore, Dottore... i suoi giorni stanno per finire
(Shazu: los suyos también, si no vuelve atrás)
- Shazu: anche i suoi giorni sono circa alla fine se non torna in dietro
La carcajada de Monseñor resonó en la estancia reducida e hizo vibrar, ahora en el interior de Stewart, una certeza: El Papa ignoraba todo esto. Gänswein no perseguía la resolución de cuestiones eclesiásticas, ni sus actos tenían que ver con El Vaticano. Sin más, cortó la llamada y, de inmediato, el teléfono volvió a quedarse sin cobertura.
Sin quererlo, había descubierto la punta de la madeja que lo conduciría a la Logia que se había apoderado del Necronomicón y lo mantenía a buen resguardo. Hasta entonces, había pensado que ese libro y su contenido, era sólo creaciones del propio Lovecraft, pero teniendo en cuenta que el poder de la Iglesia había menguado con los años y las crisis político sociales a nivel mundial podrían generar un cisma del que jamás se recuperaría… La Logia tendría, con el libro en su poder las atribuciones del Vaticano, lejos de disminuir, irían creciendo. Y para ello habrían de apelar al más viejo de los trucos: el poder de la hechicería.
Ya durante el breve mandato de Juan Pablo I , quien había intentado desarmar el entramado de la Logia, según se había comentado en los círculos más encumbrados de investigadores, sus integrantes habían atentado contra la vida del papa que podría haber cambiado el rumbo de la historia del catolicismo. Mucho se temía Stewart que Benedicto también fuese eliminado si intentaba ir en contra de los planes de sus propios colaboradores, cuyas verdaderas identidades ignoraba. ¿Qué mejor que la piedad para ocultar las miserias?
Pensó en Gänswein y sintió un estremecimiento: Shazu… el decimoctavo nombre de Marduk, el dios que – según la mitología sumeria – derrotara a los antiguos mucho antes de la existencia de la materia tal y como la conocemos nosotros .
Shazu, el aspecto de Marduck capaz de conocer los pensamientos en la distancia, así como aquéllos que se generan en la mente de quienes están cerca. Según el Necromoricón, Nada es sepultado en la tierra, o tirado en el agua, sin que Shazu lo sepa, porque este Poder es consciente.
Stewart temió comenzar a enloquecer, parado como estaba frente al libro, entre cavilaciones que lo impulsaban a leer y sabía que ello sería el comienzo de la enajenación que habían padecido tantas personas.
Con sumo cuidado, lo cerro , no sin antes recordar el número de página en el que estaba abierto: 50. El número de nombres de Marduk.
Su cabeza era un remolino de ideas que, tal como surgían, descartaba. Había una razón de peso para que su viaje concluyera en ese preciso lugar. Con la escasa luz que le brindaba aún su teléfono móvil, intentó descubrir alguna pista en la cubierta del libro. Al tocarlo, tenía la sensación de estar rozando trozos resecos de piel, pero no piel animal: parecía humana. Incluso en alguna de las líneas que conformaban la especie de mandala que figuraba en el centro, podía apreciarse un fino vello oscuro que tampoco pertenecía a animal alguno. Escudriñando la portada, pudo al fin identificar en una de las esquinas un sello: era idéntido al que siempre portaba en su bolsillo y que, de manera anónima, le había sido entregado en oportunidad de su viaje a Buenos Aires, cuando en su juventud investigaba las supuestas notas de Borges al respecto. Evidentemente, aAlquien intentaba que todo se descubriera.
“Boum”
Stewart se hizo conciente de estar encerrado ante el libro de los Muertos. Y del tañir que sacudía impiadosamente la precaria mampostería. Tanto su cordura como la estabilidad de la cúpula estaban en peligro.
“Boum”
Quizás fuese la repetición constante que retumbaba en su cabeza para luego dispersarse escaleras abajo, la que provocó la revelación.
Recordó las largas discusiones sobre la autoría del Necromonicón; se comentaba que, incluso el propio Lovecraft en un nota relativa al libro, lo había mencionado con el nombre que tenía anteriormente: “kitha- Al Azif”, cuyo significado es “el rumor de los insectos de la noche” . Sin dudas, un título que reproduce una sensación turbadora. Tan turbadora como el libro en sí.
Además, Lovecraft, creó le personaje del supuesto poeta loco al que le atribuyó la autoría: el árabe Abdull Alhazred, reconociendo era pequeño, inspirado en la lectura de “Las mil y una noches”, solía usar nombre de “Alhazred”, que analizado en asociación al inglés como “all has red” significaría: “el que todo lo ha leído”.
“Boum”
Fue entonces que Stewart lo comprendió todo: en su entrevista con Gänswein, éste había elogiado su gran formación y le había dicho que, con diferencia, era una de las personas del mundo que más había leído, haciendo referencias a toda suerte de investigaciones. Allí estaba el secreto. La Logia estaba tras sus pasos por el gran conocimiento que había acumulado en sus 75 años, en los que más que un mero bibliotecario, se había transformado en el mayor investigador del manuscrito de Jesús y, de manera fortuita, descubrió el libro. Shazu podía, leer sus pensamientos. Debía actuar con cautela.
“Boum, Boum, Boum”
****
Los golpes fueron in crescendo y Richard Stewart distinguió tres focos: un tipo de péndulo que barruntaba un mecanismo catastrófico, la rudimentaria urdimbre de la madera de la puerta ínfima como de un templo budista, y la propia cabeza de Stewart quien soltó el celular y se cubrió las sienes en medio de las tinieblas, percibiendo un sudor frío que adhería sus cabellos canos.
El golpeteo subió de tono y de repente mudó en lo que Stewart imaginó una enorme colmena. Después fue el silencio, y de súbito un embate grosero a la puerta que se abrió violentando las jambas y los goznes herrumbrosos.
Los párpados cerrados de Stewart fueron incordiados por la luz mortecina de una vela fija en la diestra como tenaza de un monje negro y robusto, cuyo rostro evocaba a un arcángel.
El hombre sonreía compasivo. Se aproximó a Stewart y le apaciguó la frente. Luego de unos segundos expulsó una voz aterciopelada. Elogió la sagacidad de Stewart para haber llegado a ese reducto y le ofreció el blandón para que pusiera fin al libro maldito que él y sus hermanos tenían prohibido tocar.
Stewart tomó la vela y avanzó como autómata hacia el ejemplar. Pero se detuvo de repente al percatarse de un hecho palmario. “Él-no-esperaba-hallar-ahí-el-Necronomicón”.
Cerró los ojos y su mente colapsada recogió algunas hebras de cordura. Él había ido en busca del manuscrito de Jesús, y no tenía ni puta idea del Necronomicón o cualquier Logia que lo resguardara.
Y había otro absurdo: llegó ahí al corromper nada más a uno de los monjes etíopes relegados junto a la iglesia de San Mikael, ante la cúpula donde los franciscanos y ortodoxos medraban con el Santo Sepulcro. “Nadie más sabía de su estancia ahí”.
Stewart se mantuvo en silencio, pero su mente ahora lúcida ataba cabos con la velocidad con que urdía jugadas de ajedrez. Y todo lo condujo a una verdad que le enfrió la columna como si le reptara un lagarto de hielo: el hombre a su lado era todo, menos un monje…
Stewart encaró al sujeto y pronunció una sentencia antigua que no oyó, pues sus oídos parecieron obturarse con la cera que bloqueó los tímpanos de Ulises. El monje abrió los ojos ante las palabras que sólo pocos sabios podían musitar. Y en sus globos oculares la cólera se desperdigó en una retícula sanguinolenta, luego perdió su halo sagrado y asumió de golpe la ignominia de su verdadera naturaleza: el demonio Nyarlathotep, el Caos Reptante que disfruta al suscitar la demencia humana.
Nyarlathotep fue estremecido por un temblor ominoso y soltó una blasfemia pútrida como vómito de Marduk antes de difuminarse en las tinieblas donde pertenecía.
Stewart permaneció quieto varios minutos. No era una vela lo que mantenía en su mano, sino su prosaico celular, al que en ningún momento había soltado. Vio la puerta y confirmó que en verdad nunca había sido abierta.
Se acercó al libro maldito y entonces intuyó una verdad escueta: así como el hombre con todas sus miserias alberga en sí un hálito divino, también el tomo aquel era habitado por el Logos que vislumbró San Juan.
Abrió el libro infestado de sortilegios y fórmulas impías para invocar al demonio del Vacío nombrado Azathoth, y entendió en su espíritu que la supuesta carta del Mesías que buscaba no era tal, sino el último legado del Cristo: los mantras entonados por el Hijo del Hombre para atar en su prisión al Mal Absoluto y evitar que terminara por envilecer el de por sí precario espíritu humano.
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