Los aviones cruzando en formación sobre nuestras cabezas, estruendo espantoso que remece los cimientos de viviendas, fomenta el aullido lastimero de los perros e insufla un sentimiento patriótico en el pecho de todos. O de casi todos. Yo, no puedo evitar que un sentimiento de dolor me apesadumbre al ver en los noticieros la destrucción sistemática de las calles del Líbano y la muerte esparcida a la redonda, tragedia producida por aviones similares a los que hoy vuelan sobre mi testa. Es la parada militar, incruenta y aséptica, el ballet armado de todos los años, engalanado con rituales paganos y religiosos. Los soldados lucen gallardos en esa magna obra, no se parecen en nada a ellos mismos, cuando se visten de combate y se ensangrientan por valores ajenos a los de ellos, ocupan, destruyen y asuelan, en nombre de la patria, que hablar de manejo interesado y reivindicación de territorios para la inversión de grandes consorcios suena demasiado fuerte.
Este ballet, de dos horas y media, es una función mediática, para lucimiento de los generales y comandantes y de sus esposas, que se engalanan como para asistir a una fiesta. De seguro, ellas no quieren informarse, o lo obvian, de la multitud de guerras existentes, esas máscaras de la muerte que acaban con pueblos enteros, por intolerancia o injusticia, sin nada que se parezca a la elegancia que allí se hace gala.
Acaba la parada militar, nadie murió en esta gesta de uniformes multicolores y cañones silentes. Cientos fallecen producto de la metralla, a miles de kilómetros más allá, en donde el ballet es real y la sangre salpica a todos, incluso a nosotros, que estamos tan lejos…
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