Se desperezaba lentamente con la certeza de que estaba sola en la casa. Era temprano. Escuchaba los ruidos que venían de la calle, pero la casa estaba en completo silencio como todas las mañanas. El ruido del viento fuerte en las hojas y las ventanas le hizo desear quedarse todo el día en la cama. ¿No era hermoso escuchar la tormenta desde la cama? Tapada hasta la nariz. Era una sensación de soledad mezclada con miedo. Pero era hermoso. Al miedo y la soledad estaba acostumbrada (no así a la hermosura). Por suerte la casa era pequeña. Seguramente si la casa hubiera sido más grande la hubiera invadido el pánico, como cuando era chica y visitaba a esos tíos que tenían una casa enorme con tantas puertas. No recordaba si de chica había soñado con una casa grande y con jardín como las demás chicas. La realidad era que de chica no había soñado con lo que sueñan normalmente todas las chicas.
Le pareció sentir olor a flores pero en la casita no había jardín. Tampoco había quien le regalara algunas. Se levantó y sintió la alfombra áspera debajo de los pies helados y dudó, casi se mete a la cama otra vez. El cuarto estaba frío pero las sábanas seguían tibias. Se miró en el espejo y pensó que no había maquillaje que cubriera esas ojeras… El timbre sonó con insistencia apartándola de golpe de sus pensamientos. A esa hora no esperaba visitas (ni a ninguna hora). Sintió bronca. ¡Quién se atrevía a interrumpir su vida! Odiaba las sorpresas. No iba a abrir, no le interesaba quién podría ser. De caprichosa se volvió a la cama, se tapó la cara con la sábana y esperó. El timbre no volvió a sonar. Sintió alivio.
Un trueno hizo vibrar hasta los portarretratos de la cómoda. Un relámpago se coló a través de las rendijas de la persiana chocando con el espejo. La imagen que vio en el espejo bajo esa luz la asustó. El aspecto del cuarto bajo esa luz la asustó. Sin pensarlo buscó refugio bajo las sábanas y se aferró a la almohada. Primero tensa, expectante. Pasó un rato y nada. Lluvia nomás. Otra vez sintió alivio. Recordó que la parte hermosa de la tormenta era estar en la cama escuchando el sonido de la lluvia, pero no los truenos.
Escuchando el golpeteo monótono del agua se calmó y, como pasaba siempre, su imaginación la rescató y la llevó lejos, a otros espacios. Mezclaba sueños y recuerdos. Y deseos. Era todo lo que tenía. Otra vez niña. No estaba segura de que le hubiera gustado volver a ser niña. Sólo intentaba reconstruir momentos felices, libres de miedo. No era fácil. A veces tenía que cambiar finales.
El patio de la escuela… se vio corriendo como loca por el pasto recién cortado. El árbol viejo y de tronco enorme, esperaba desafiante a que alguien lo trepara. Las rodillas lastimadas, la ropa enganchada, el consiguiente reto y los gritos de su madre. La obligación de ir a misa los domingos por la mañana… Seguro llegaba tarde y no alcanzaba a confesarse. No podía comulgar porque se había portado mal, o al menos eso le decían. Y ella lo creía. La casa de los nonos y las habitaciones prohibidas que guardaban tesoros en los roperos. Los trenes viejos y ruidosos invitando a gritar desaforadamente con los primos desde la vereda...
Debió haberse quedado dormida enseguida. Y entonces anduvo por la escuela, por el pueblo, por la casa de los nonos, de los tíos…. Y corrió y gritó como loca. Trepó árboles y se revolcó por el pasto. Abrió puertas. Se portó como quiso. Revolvió roperos. Se burló de sus miedos pasados. Despreocupada por primera vez, recorrió sus recuerdos que eran en parte reales, en parte inventados. Y aunque tenía la cara mojada por las lágrimas cuando se despertó, se sintió bien … y no podía parar de reirse…
|