Todas las mañanas Gina tenía que cortarse las uñas de los pies, porque le crecían a razón de 1 mm por hora. Si no se las cortaba, a lo largo del día agujereaba la punta de su calzado. También le crecían deliberadamente las pestañas, las cuales arqueaba con unas pinzas especiales para disimularlas, confiriéndole una mirada atractiva.
Una noche salió con sus amigas a un bar, un antro oscuro, donde el aire estaba permanentemente enviciado, la música sonaba grave y las personas se amontonaban como ganado. Tomó un trago a base de licor de menta y después un par de vasos de whisky. La mezcla se le tornó atrevida y peligrosa y terminó la noche en su casa, descompuesta en el baño, mientras un amante la esperaba impaciente en su habitación. Despertaron de su resaca a las 4 PM y Gina no podía ver, porque sus pestañas habían crecido tanto que le tapaban los ojos. Las piernas de su compañero amoroso estaban todas arañadas por las uñas de sus pies, y la cama era un charco de sangre.
Gina no encontraba la tijera por ningún lado, por lo que se llevó uno a uno los dedos de los pies a la boca y se cortó las uñas con los dientes.
Ante tan desagradable espectáculo, su amigo nocturno salió corriendo espantado, tan sólo vestido con sus calzones con corazones y con la camisa de seda desprendida.
Cualquiera hubiera pensado que a partir de ese día Gina dejaría de consumir alcohol, pero en cambio, prefirió que su ropa de dormir incluyera unos zapatos con puntera de acero y, por si acaso, guardó siempre en la mesita de luz, una tijera bien afilada. ¡Salud!
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