He escuchado muchas veces - quizás cuántas - tus adioses.
No negarás nunca - nunca podrías siquiera intentar ocultar - dicha verdad.
Cuando los días se visten de luto, - cada hora de invierno - temprano al asecho de las sombras.
Allí tus ojos dictaban sentencia – ¡cruel y severa! - en disputa con tu boca.
Tu cuerpo frío, - que tiembla adormecido por el impacto - se aferra a mis huesos secos. Tacto.
Tu piel mohosa me negaba lo obvio - ¡lo certero! – mientras tus palabras confundían las estaciones.
De cara al llanto que martirizaba la verdad, - inconfundible verdad – innegable para tu pronto afán.
Te he visto muchas veces – y lo puedo probar – agitando la mano para hacerme llorar.
Y he saboreado tus besos – hasta no querer más – después de quererme olvidar.

¿No podrías al menos reconocer que he sido leal – por esta vez - a nuestros adioses?
¿Tan poca humanidad – si es que tuviste – te queda, princesa afanosa, maldita, celosa?
¿O es que el odio ha carcomido tu – irreal – belleza?

Dices adiós y tu cuerpo hola.
¿Cómo te puedes despedir en palabras, y desnudar en acciones?
Mientras oigo tus maldiciones – duras, perpetuas – tus brazos se aferran a mi alma de piedra.
Contradicciones, – puras, blancas y claras – contradicciones.