Pensar que nadie, nunca, jamás, espera llegar a este punto después de que mínimo se concreten ciertas cosas, como objetivos de la vida, pasar por un momento crucial, sobrevivir a algo, reconocer los errores y seguir adelante.
Ese punto donde te sientes en la cima de todo, conforme con lo que has hecho, logrado y construido, pero pisar en falso te llevará al vacío nuevamente y debes equilibrarte mientras el frío de la altura, la nieve y el viento juegan contigo durante todo el invierno.
Te acostumbras a ese frío, a la niebla que te hace ver borroso, a la nieve que pesa sobre los hombros cuando se acumula y al viento que parte la cara por las mañanas y logras salir. Pero miras la cúspide nuevamente y te das cuenta que has olvidado los zapatos. El caminar se hace difícil, ya no puedes volver arriba porque divisaste una montaña más grande que escalar y el bajar te rompe las plantas de los pies sin remordimiento ante la aspereza de las rocas y el barro acumulado en el trayecto.
Aún así, llegas abajo, respiras, descansas, te preparas, compras nuevos zapatos y partes hacia arriba de nuevo. Buscando mejores senderos, mejores sombras para tapar el calor del próximo verano que se acerca, marcando puntos que recordarás para volver por los mismos. Intentando no tropezar, corres para avanzar más rápido. Intentando no cansarte tanto, descansas cada ciertos tramos. Intentando llegar seguro te cuidas de las orillas y los acantilados.
Algo pasa. Vas a mitad de camino y te sientes inseguro. Miras para arriba y falta mucho. Miras para abajo y has recorrido tanto como lo que te falta, decides acampar y meditar la situación.
En la noche te despierta el ruido de animales fuera de tu carpa. No te asustas, de hecho te alegras por la pseudo compañía que te hacen. Y junto con eso, cae la respuesta del si seguir o no. Todo el camino lo has hecho solo. Necesitas a alguien que comparta contigo el trayecto, que te ayude a seguir adelante. Que te motive a realizar tus sueños y lograr tus metas. Que disfrute esos pequeños triunfos y te sonría cada vez que te ve esforzándote por algo en tu vida.
Decides seguir adelante, pero no sin antes encontrar a ese acompañante. Esperas. Te aguantas el querer seguir y te niegas a devolverte. La dicotomía está presente a toda hora y lo único que sabes que tienes que hacer es esperar.
Esperas, hasta que aparece. La miras. Te mira. Se saludan. Conversan. Y cuando crees que todo va a salir bien, ella toma otro sendero, muy diferente al que tenías previsto. Más difícil. Más largo. Más desafiante.
La sigues. Te caes. Te paras. La sigues de nuevo. Se adelanta. Te vuelves a caer. Te paras y ya no le puedes seguir el paso. Tiene más experiencia que tú. Tiene más convicción que tú. Intentas alcanzarla, seguirle el rastro, pero todo es en vano. Te tomas un descanso y recuerdas su sonrisa. Te paras. Caminas. Al poco tiempo logras la cima nuevamente. La buscas. Gritas su nombre y no hay respuesta.
Y te das cuenta, que lo hiciste por ella. Esta vez no se te quedan los zapatos. Tú los dejas. Bajas. Y te prometes no volver... |