Soy... soy. Formo parte de un "Somos". Los nombres, las personas, todo eso quedo atrás, sumergido en la noche de los tiempos.
La trascendencia de la inminente acción que estamos llevando a cabo me obliga a recapitular mi historia, nuestra historia, "La Historia".
Alguna vez fuimos humanos, y contábamos el tiempo. Entonces los siglos eran la medida de las Eras y los avances. Avanzábamos y retrocedíamos, todo era prueba-error. Superamos culturas, fronteras, razas y religiones pero con cada Era venían las purgas. Nuestro huésped, la Tierra, un planeta menor de un sistema menor de una galaxia insignificante, se ocupó como un hortelano de quitar cada tanto el "crecimiento excesivo" para que pudiéramos continuar con nuestra evolución y nuestro destino. Sus recursos eran limitados y había que elegir quienes debían sobrevivir. Las vidas se apagaban solo para dar lugar a nuevas vidas.
Como decía Italo Calvino, un escritor cubano del siglo 20, "El sentido final al que refieren todas las historias tiene dos caras, tragedia y comedia, entendiendo por tragedia la inevitabilidad de la muerte y por comedia la continuidad de la vida". La tragedia y la comedia definió siempre a nuestra humanidad.
La ciencia avanzaba vertiginosamente, cuidada celosamente por este sistema de seres de carne y hueso, cuyos cerebros compartían cada vez mas rápido y mejor sus avances. La materia, desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande, era sondeada hasta en sus mas mínimos secretos.
Hacia fines del siglo 27 nuestra madre tierra nos quedo chica. "Terraformamos", convertimos y moldeamos a otros planetas a imagen y semejanza del nuestro y nos esparcimos. Primero por nuestro sistema solar luego por nuestra galaxia. Nuestra inagotable curiosidad nos llevo a enviar infinidad de sondas hasta los confines del universo, buscando su origen o sus límites. Moléculas y átomos, galaxias y sistemas solares, el modelo siempre se repicaba a escala.
La innegable espiritualidad de nuestro ser, se abrazó con la ciencia y en los albores del siglo 35 abandonamos finalmente nuestros cuerpos. Fué la muerte de la carne y el fin de la vida, pero no de la conciencia. En ese estado más puro de energía se perdieron los últimos vestigios de humanidad. Éramos entidades energéticas ilimitadas en tiempo pero todavía ancladas por las leyes de la física. Éramos luz pero como tal no podíamos superar la velocidad física de la misma. Vagamos libres por el universo. Y conocimos a otros. Nuestros pares, nos estaban esperando. Nos volvimos un nuevo "Nosotros".
Comprendimos que la materia estelar, las galaxias, no eran más que parte de nuestro nuevo cuerpo cuya conciencia colectiva, su mente y su alma, éramos nosotros.
Nuestro nuevo hogar, el Universo, seguía sin límite y nuestra curiosidad también. Perdimos la cuenta del tiempo, no lo necesitábamos. Nuestra búsqueda se oriento a buscar los límites del espacio.
Hasta que volvió una sonda. Había un límite.
Todo el universo tembló de curiosidad. Una membrana física, material y opaca nos impedía ir "mas allá"
Unánimemente nuestra mente colectiva se rebeló. La energía pura se concentró, también físicamente, en derribar esta barrera, ese espantoso límite que ahora nos encarcelaba. Golpeamos con la energía de millones de soles de miles de galaxias hasta que en ese momento, el más trascendental de nuestra historia, logramos agrietarla. Y vimos que mas allá solo había más allá.
En alguna parte, en algún lugar, un pequeño huevo se agrietó y un minúsculo pico tembloroso se asomó por la abertura.
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