Vasili Brunowsky supo que lo peor de su castigo no era su confinamiento en un Gulag de Siberia, sino ser relegado a lo que muchos nombraban “El Témpano” con un gesto de absoluto terror y desolación.
Lo intuyó la mañana en que los esbirros del régimen stalinista lo levantaron a puntapiés para conducirlo a un vehículo donde fue arrojado como bulto de patatas rancias; y lo comprendió a cabalidad cuando lo bajaron a la mala para dejarlo a las puertas de un tabuco miserable con apenas un camastro y algunos muebles rústicos, donde lo abandonaron luego de leerle su sentencia con monosílabos agrietados por un viento de esquirlas punzantes.
De esa manera comenzaría la condena aplicada a Vasili por “crímenes de Estado y difracción social”, lo cual le quedó bien claro al arreglárselas como pudo para encender una chimenea raquítica con algunos de los troncos hacinados en una esquina al lado de un hacha, varios artefactos rudimentarios, y suficientes latas de alimentos para sobrevivir un año.
El verdadero martirio comenzaría a las pocas semanas, cuando Vasili murmuró unas palabras absurdas dirigidas hacia su propia sombra, quien se convirtió en su interlocutor durante el magma de las noches en que el reo se ovillaba junto al fuego.
Décadas más tarde Andréi Ibrahimovic investigó sobre la ignominia de la dictadura soviética, encarando a un anciano Vasili que le daría un testimonio terrible sobre lo sucedido durante su aislamiento, de lo cual Andréi dedujo que el subconsciente de Vasili no tardó en disociarse del raciocinio para tomar las riendas de la situación.
De tal modo, durante aquellas fechas Vasili descubrió a un escarabajo agazapado en la hendidura de la pared, el cual suplió ipso facto a su sombra como destinatario de sus delirios.
Por entonces el prisionero devino un cavernícola esquelético de cabello y barbas desaliñadas donde sólo pocos piojos sobrevivían al frío; pero aún era capaz de reír de “los exabruptos” del escarabajo que lo oía con detenimiento antes de emitir sentencias concisas que Vasili escuchaba tendido en el piso con la oreja borneada como un lebrel.
Tal como Andréi registró en sus apuntes, fue el escarabajo quien condujo a Vasili hacia un promontorio de nieve retirado del refugio, donde el animalillo se detuvo aguardando por el hombre que arrastraba los pies envueltos en hilachos hediondos embutidos en las botas maltrechas.
El insecto sería el único testigo del encuentro de Vasili con “El Genio Glacial”, cuyo rostro plano se definió en las vetas de un témpano incrustado en la nieve, donde el genio gesticuló incómodo al ser despertado de su letargo centenario.
“Tres fueron los deseos que solicité al genio”, diría el anciano Vasili ante un Andréi en quien pudo más la disciplina de su pluma que la infinita conmiseración que distorsionó su rostro en una mueca amarga.
“Las peticiones eran simples: sobrevivir a Siberia, conservar al escarabajo, y hallar un oído respetuoso para mi historia”.
En ese momento Vasili mostró las encías desdentadas al sonreír, mientras abría la palma temblorosa y vacía donde sólo él detectaba el pataleo frenético del escarabajo.
|