Todos sabían que esa pared se iba a caer, menos, al parece, Agustín. Un alumno de 7mo, descendiente de grandes personas que también habían respirado por los pasillos del Instituto Técnico, estudioso, muy sincero, a veces molesto, pero sobre todo, y lo que más le costó, muy distraído.
A la pared la habían levantado muy mal hace un par de décadas, en el 2012, alumnos de 3er año, debido a que en 2do, cuando debieron aprender a levantar paredes y revocar, no había lugar y además el maestro de entonces se volcó más hacia la teoría, que ya todos habían olvidado.
A las apuradas, su actual maestro quería enseñarles todo lo que no aprendieron el año anterior, entonces decidieron construir este nuevo curso en la sección de carpintería, al borde de ese entrepiso, que tiene una gran vista a la maquina lijadora, la cual usaba Agustín cuando la pared cedió.
Los dos alumnos que levantaron esa pared, hilada a hilada bromeaban sobre su resistencia. “No se banca ni un planchazo”, “Machao la tiro”, eran algunas de las cosas que decían Simón y Gabriel, que nunca pensaban en las consecuencias de nada, ni de comprobar la verticalidad o que no coincidan las juntas, y ni siquiera al momento de rellenar espacios con esas mezclas que siempre estaban o muy liquidas o muy secas.
Con los años la pared fue debilitándose. Debido a las “guerras” de madera, ladrillos y hasta herramientas, la pared de ladrillo hueco ya parecía un cartón sostenido por pseudo columnas de un hormigón mal preparado, y aunque todos sabían que iba a derrumbarse, ni los maestros ni los directivos hicieron algo por cambiar su estado, unos porque no les pagaban nada, otros porque no gastaban nada. O quizás porque a nadie le importaba.
Aunque la pared no resistía ni un viento de verano, no cayo porque si. Aquel día unos alumnos de 3ro, Martín y Javier, llevaban a cabo una de sus peleas diarias en aquel curso. Martin molestaba habitualmente a su compañero, no solo porque Javier era muy cerrado, o contestaba mal, o quería sobresalir de maneras estúpidas, a veces, solo lo hacía por diversión, como aquella vez.
El maestro se había retirado unos momentos, entonces Martin se paró de su asiento, levanto a Javier por el cuello y lo puso contra la pared de la tragedia. Javier empujo a Martin y por primera vez desde que comenzaron estos abusos, Javier golpeó a Martin en la cara. La nariz de Martin sangraba y al ver como se manchaba su ropa, se abalanzó sobre Javier. Todo fue tan rápido, que cuando se dieron cuenta, ya había gente gritando, la pared en pedazos en la planta baja, y debajo de esta, Agustín.
No era normal que Agustín estuviera en el taller ese día, pues no era su horario. Estaba allí porque se había retrasado con un práctico, y entonces fue a terminarlo. Estaba contento porque ya estaba acabando con el trabajo, solo faltaba lijarlo. Mientras lo hacía, escucho la pelea desde abajo y miro hacia el curso. Por distraído dejo la madera sobre la maquina, y por mirar a la nada, lijo de más. Cuando volvió a su practico se dio cuenta de esto, y mientras media su error, los ladrillos cayeron sobre él.
No hubo tiempo de más, los ladrillos golpearon su cabeza, matándolo al instante. De nada sirvió que Martin y Javier, llorando, levanten los ladrillos e intenten despertar el cuerpo sin vida, o que los maestros recuerden con bronca a quienes levantaron esa pared.
Tal vez, la culpa no fue de Martin y Javier, a quienes el hecho les valió la expulsión, ni de Simón y Gabriel, que hacían lo que creían saber, o de Agustín, que intentaba terminar un práctico.
Tal vez, la culpa no fue de los alumnos..
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