Jéssica me enseña inglés
A la hora señalada, Jéssi llegó a mi casa con varias carpetas. Traía los anteojos puestos. Yo no sabía que los usaba. ¡Se ve de linda!
Me saludó con un beso y yo, tal como dice el manual, giré en el preciso momento, la cara, 25 grados y me lo plantó en la boca. No le gustó ni medio la broma.
—¡Mirá, Edgardo! Yo vengo a enseñarte inglés y nada más. ¿Por quién me has tomado?
Esta parada en seco me afectó. Yo creí que ella quería lola y parece que es una profesora muy responsable. ¡La puta que me reparió! ¿Será posible que todo me salga mal? Y yo ¿Para que carajo quiero aprender inglés si viví cuatro años en el Reino Unido y lo hablo casi correctamente? Tengo un pequeño acento irlandés lo que hace que en las Aduanas me revisen más concienzudamente.
Entramos al comedor y cuando me preguntó que era lo que sabía del idioma le contesté indicándole la silla:
—This is a table —y mostrándole la ventana — this is a door.
—¡Uff, vamos a tener que empezar de cero!
—I am one “hincha” of River. Mi gustao the vermouth whit papas fraitas. I have the cinturón apreitadu. You have lindas ..teeeitas. Digou prety teeitas.
—¡Basta, Edy por favor! Yo no sirvo para enseñar a personas de tan bajo nivel.
En ese momento entró doña Sofía trayendo una bandeja con dos cafés.
—Hola, Jessi. ¿Cómo te va?
—¡Bien, doña Sofía!
—¿Vienes a aprender inglés con Edy? Espero que no te enseñe con ese acento irlandés que tiene. Se le pegó viviendo en Irlanda por seis años.
Jéssica se paró lentamente, agarró la taza con café y me la derramó encima. Por suerte, la tela de mi pantalón era gruesa pero igual me anduvo quemando mis partes pudendas (como decía Campoamor en su poema “La nalga ardiente).
Me aguanté como un duque, pero corrí al baño y lancé un alarido, un poco atrasado, mientras me tiraba agua fría. Me saqué el pantalón y el slip y lo ví. ¡Pobre! Me ardía tanto que me tuve que aplicar un poco de pomada para los callos, que era la única que había en el botiquín. Pero me aplacó bastante. Debe tener algún anestésico.
Toda la culpa la tiene esta vieja maldita de Sofía, por su maldita costumbre de servir el café hirviendo. Creo que primero calienta la taza y después agrega el café, muy pero muy caliente.
Me tuve que ir a la cama, desnudo de la cintura para abajo, porque no soportaba el roce del calzoncillo. Apenas me cubrí con la sábana, evitando que me tocara ahí, donde dijo Campoamor.
Al rato apareció Sofía para decirme que Jéssica había regresado para pedirme perdón y la vieja maldita me encargó que la perdonara y la tratara bien, porque yo tenía la culpa. Yo soy muy blandito con las mujeres y perdono enseguida, así que la vieja la hizo pasar y nos dejó solos, diciendo que se iba a dormir la siesta.
En cuanto entró Jessi, se abalanzó a abrazarme y besarme pidiéndome que la disculpara, que no había entendido que yo le hacía una broma, nada más.
—¡Correte un poquito, que me quiero acostar al lado tuyo! —me dijo, besándome apasionadamente.
—¡Uy, me voy a arrugar la ropa! —dijo y se empezó a quitar sus pantalones de jean que le calzan maravillosamente. Creo que ya conté que ella es famosa en el Club, porque jamás usa corpiño y sus blusitas tienen transparencias inquietantes. Para no arrugar su blusa se la quitó también y se metió entre las sábanas bien pegadita a mí. Comenzó a besarme en el cuello, a mordisquearme las orejas y entonces vi las estrellas. Carlitos, mi Carlitos se envalentonó y así le fue. Al agrandarse, el dolor fue casi insoportable. La quemadura había sido grande. Traté de explicarle a Jessi lo que me pasaba, pero no pude convencerla. Primero creyó que yo le mentía y que todavía estaba enojado y después se ofendió terriblemente, diciéndome que era la segunda vez que ella me ofrecía su virginidad y que yo la rechazaba. Se vistió y se fue taqueando fuertemente.
Ese no era mi día. Después me di cuenta que si hubiera leído mi horóscopo no tenía ni que haber salido a la calle.
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