La hora del crepúsculo ha llegado. Como es su costumbre, cubre sus hombros con una pañoleta y se dirige a la sala de la enorme casa. Se siente vacía e impotente. Como compañía, sólo halla muebles que mudos y tristes, desdibujan sus formas entre la penumbra, aumentando aún más este silencio...
-Estoy sola... sola...
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Exclama con un hilo de voz entrecortada, mientras vencida se deja caer en la mecedora, desde donde contempla como siempre suele hacerlo, día tras día, la puerta principal de su casa como esperando ver en algún momento a alguien que se acerque y rompa esa enorme soledad que hoy la invade.
¡Cuántas ilusiones destrozadas! ¡Cuántos hijos soñados que el destino le quitaba!. Habían comprado la enorme casa pensando en llenarla con ellos, pero ahora, los cuartos vacíos gemían dolorosamente en medio de la helada quietud de aquella casa. Mara Ross, comienza a recordar...
A pocos meses de haberse casado, despierta una mañana y encuentra a su lado el cuerpo inmóvil y frío de su esposo; desesperada trata de reanimarlo. Pero todo su esfuerzo es inútil. Horas más tarde, el médico forense le explicó que un paro cardíaco fue la causa de la repentina muerte, habiendo sucedido al amanecer.
La casa se llenó de gente que iba y venía tratando de llevar un poco de consuelo, pero, ¿qué podía a ella importarle aquello?, no sentía deseos de hablar con nadie ni tenía voluntad de hacerlo en esos momentos. Lo había aceptado en silencio, sin quejas. Pero, lo cierto es que no lo podía comprender. Aún hoy, a un año de aquella pérdida, y aunque lo piensa, día a día, no halla respuesta para esto. No tenían problemas de pareja, su amor era limpio y verdadero, tampoco tenían deudas, pues todo lo que poseían estaba pago. Eran jóvenes y fuertes, eran sanos... En ese momento sintió que el corazón le daba un vuelco, tremendamente sobresaltada recordó, demasiado tarde, ya que su esposo sufría de epilepsia...
Mientras desesperada divaga en estos pensamientos, por el camino que lleva al cementerio, alguien se aproxima hacia la casa arrastrando los pies con dificultad, sobre las hojas secas del suelo. Restos de lodo fresco van marcando el rastro de las pisadas. Se acerca lentamente entre las sombras de la noche...
Desde la mecedora, Mara Ross escucha como cruje el escalón del porch, y luego el ruido de los pies que se arrastran por el suelo hasta su puerta. Levanta la mirada y, a través del cristal, divisa la figura de aquel hombre desfigurado y maloliente que abre la puerta y se arrima entre la penumbra del cuarto. Se para frente a ella, entonces, al reconocerlo quiere gritar, más el terror que siente hace que el grito se ahogue en su garganta.
Después, sólo hay silencio...
Y otra vez, los pasos se alejan por la misma huella de lodo que dejaron. En la casa, la mecedora vacía, aún, se hamaca y allá en el cementerio, tirada a un lado de la tumba, sólo queda... la pañoleta de Mara Ross…
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