Era viernes veintiocho de agosto. El invierno nos daba uno de sus días más fríos. Luego de pedir con una breve excusa ausentarme de mi trabajo una hora antes, dejé la oficina y salí a la calle. Caminé a prisa, el tiempo me apremiaba. Era el cumpleaños de mi madre. Compré en el trayecto un ramo de flores. Sabía que serían sin duda, las que más le agradarían.
Llegué a tiempo, pero la luz entristecida del día, me anunciaba el ocaso. Pronto cerrarían las puertas del cementerio. Rogué al cuidador me aguardase un rato antes de hacerlo. Este me contestó con una extraña y enigmática sonrisa. No sé si en este gesto me ofrecía su comprensión, o si expresaba una oculta y morbosa alegría. Sólo sé, que ante su consentimiento, lo cual acepté como una carta blanca; apresuré mi paso y en vez de subir hasta el quinto nivel (lugar en donde descansaba ella) por las escaleras, como era habitual en mí para ahorrar tiempo, lo hice por el ascensor de la Necrópolis.
La oscuridad se extendía a pasos agigantados. La inminente noche se estaba viniendo encima y las sombras de los sepulcros comenzaban a alzarse sobre los caminos. El elevador pasaba ya el cuarto nivel; cuando de pronto, se paró entre pisos. En ese momento advertí, en la penumbra reinante dentro del ascensor, a un lado, detrás de mí, la imagen lúgubre y gris de una joven mujer. Mi corazón dio un vuelco y una rara sensación invadió mi cuerpo. Desesperado, logré abrir la puerta de rejas y trepé para poder salir por el pequeño espacio entre el techo del elevador y el suelo del quinto nivel.
Con gran agitación, sí, pero extrañamente no aterrado, llegué al lado del nicho de mi madre. Deposité las flores y al contemplar su foto; me pareció descubrir una triste mirada en sus ojos, pero una dulce sonrisa en los labios. Esto, como por arte de magia, me envolvió con una serena calma. Besé la foto y me marché de allí tranquilo.
El tiempo se me había ido de las manos. Inexplicablemente, sin embargo, envuelto en una paz sideral, bajé esta vez por las escaleras. Al llegar abajo, las luces rojas y azules de un móvil de la policía, más un camión de bomberos y una ambulancia, me sorprendieron. Curioso me acerqué y miré. Estaban sacando un cuerpo del ascensor. El sobretodo gris llamó mi atención y me arrimé más, hasta quedar muy cerca.
Entonces, con gran estupor descubrí entre la muchedumbre que formaban aquellas personas, que era yo. Y aquella joven mujer, no había sido más que la nefasta presencia de la muerte.
FIN
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